El capitalismo financiero ha hecho de tripas corazón, y con ellas se mira al mundo. La tecnología ha conseguido que cada vez se necesite menos mano de obra para que el planeta funcione y la superpoblación hace que la oferta supere de mucho a la demanda. Escenario idílico para los explotadores, ya que saben que se podrá exigir más por cada vez menos. Y así los datos macroeconómicos mejoran. Momentáneamente. ¿Quién consumirá? Antes la pobreza iba asociada a la falta de trabajo. Ahora, en algunos casos, muchos siguen viviendo en ella aún teniendo un empleo, por lo escaso del salario. El goce y el lujo cada vez están reservados a más pocos. A los que viven. Cuando la mayoría sobrevive. Y así va creciendo la semilla de esta célula durmiente que acabará atentando contra la convivencia. Los sociólogos alertan de los riesgos de esta sociedad dual a la que vamos, en la que la clase media, que ahora se difumina, hacía de amortiguador. El miedo ha sido el gran opiáceo para frenar la revolución. Y nuestra indignación, al comprobar el saqueo de lo público por exigencias de la banca, se ha quedado en incredulidad. La pregunta es: ¿cómo se sustenta una sociedad polarizada que desconfía de sus mecanismos de gestión? Muchas de nuestras instituciones y sus representantes no nos merecen el crédito suficiente ni funcionan con corrección, y vemos comportamientos impropios sin castigo que nos hunden colectivamente. Ya somos conscientes de que lo esencial cada vez más está en manos privadas y que no tenemos voz ni voto en los consejos de administración de lo básico. Ya sean las compañías energéticas o los bancos. Ya sabemos que el poder económico manda por encima de la política. Pese a todo, aún creíamos en algo como la democracia. Tal vez la pregunta venga antes de hora, pero: ¿qué va a pasar con un sistema donde la mayoría elige y teóricamente manda, en un mundo donde realmente manda una minoría que condiciona a los representantes de lo público? Parece terreno abonado a los populismos más extremos. Pero los cantos de sirena vendrán en forma de promesas milagrosas e inmediatas. Delante de la complejidad de esta tela de araña, predicarán soluciones simples y del mismo modo que no tuvimos control ni cabeza para detectar e impedir las causas de esta rotura, el riesgo está en que tampoco lo tengamos para elegir con destreza las soluciones o en que no tengamos opción. La cohesión social y sus mecanismos están en jaque. Periodista