La apretada victoria socialdemócrata en las elecciones legislativas celebradas el domingo en Finlandia apenas desmiente el hecho cierto de que la extrema derecha se ha consolidado como alternativa de Gobierno al quedar solo un escaño por detrás del partido ganador: 40 a 39. Ese dato, unido a la extraordinaria fragmentación del abanico parlamentario, confirma que la irrupción del populismo ultra ha hecho saltar por los aires el statu quo y ha descoyuntado el reparto de papeles entre los partidos tradicionales. Algo que, salvo un compromiso explícito de estos para levantar un cordón sanitario en torno al universo ultra, entraña el riesgo de que más temprano que tarde la extrema derecha se haga con el Gobierno de uno o varios socios de la Unión Europea.

La felicitación inmediata de Marine Le Pen y Matteo Salvini a Jussi Halla-aho, líder de Verdaderos Finlandeses, no deja lugar a dudas en cuanto a la posible interpretación del resultado: la extrema derecha francesa e italiana se siente reforzada a mes y medio de las elecciones al Parlamento Europeo. Y es consciente de que, a medio plazo, la división de la derecha, la desorientación de la socialdemocracia y la debilidad de diferentes formas de nueva izquierda complican la configuración de un frente democrático sólido que garantice el aislamiento de la oferta ultra. Un paisaje en el que debe incluirse el efecto pernicioso del brexit y el desafio planteado por el nacionalismo rampante en Hungría y en Polonia, y al acecho en otro lugares.

En plena vorágine de la campaña electoral en España, acaso la más sórdida y vociferante de cuantas ha habido, la izquierda debe tomar buena nota de lo sucedido en Finlandia -se auguraba a la socialdemocracia un resultado mejor, más desahogado-, y el contagio o efecto multiplicador que puede tener de aquí al día 28. Entregado el PP con armas y bagajes a un pacto poselectoral con Vox, y decidido Ciudadanos a calcar en el Congreso la mayoría acordada en el Parlamento andaluz, solo el bloque progresista puede garantizar que el neofranquismo no contaminará el futuro Gobierno. Ni la distancia geográfica ni la diferencia entre tradiciones políticas reduce los riesgos porque la consolidación de los ultras finlandeses es fiel reflejo de un fenómeno europeo en auge en todas partes que impugna la cultura liberal de las sociedades abiertas.