Muchas veces he escrito de la gente mayor, de los ancianos, de los viejos, de cuerpos que circulan por la vía lenta sin que nadie supere la vertiginosa riqueza de sus espíritus. Me fascinaba visitar en la distancia cada uno de sus museos y pasear por las salas de sus vidas para escuchar la voz o el latido del arte de la existencia, de la resistencia. Nunca han estado demasiado bien vistos en la sociedad porque tienen memoria y la utilizan, lo que resulta embarazoso en este paraíso fiscal de lo superficial, y porque tras los pliegues de su piel lucha un rebelde, un transgresor atrincherado contra el olvido. De ellos aprendí que un día tal como hoy (o puede que fuera ayer) al pasar por delante del espejo vería reflejado en él la senda del tiempo. Y no me asusta la imagen sobre la que tanto escribí.

No hay una fecha exacta en el calendario que comunique el ingreso en esa generación, pero uno sabe perfectamente cuándo se posa en sus hombros el otoño. Caen más deprisa las hojas de la salud, las cicatrices de la melancolía se reabren a menudo y la mirada se nubla sin diferenciar a los amores perdidos de los ganados, a los amigos que se borraron de la agenda hasta dejarla casi en blanco. Pesan las derrotas, que desplazan con descortesía a tantos y tantos triunfos. La recta final o la penúltima curva, si somos sinceros, se hace cuesta arriba. Sin embargo, es un privilegio estar dentro ya del palacio de invierno o frente a sus puertas doradas. Allí no llega cualquiera.

Todos nos hemos creído, si no lo somos, eternamente jóvenes. El primer beso, el primer corazón roto, las fiestas de la primavera y el desenfreno del verano. El dulce amanecer de los sentidos, el despertar de las emociones... Aquella playa con tus manos abarcando la cintura y el cabello del océano. Éramos invencibles, estúpidos y bellos, cierto. Ahora, frente a la misma orilla, el agua ya no rompe con idéntica fuerza al alcanzar tus pies, pero las olas, como desde que eras niño, siguen peleándose con vehemencia contra las rocas. De mayor, viejo o anciano formas parte de la bravura y de la contención. Eres historia viva por la senda de un tiempo irrepetible.