Un político francés señalaba que si la sociedad dice que está mal, aunque las cifras macroeconómicas sean buenas, es que la sociedad está realmente mal. Aquí el caso parece al revés: aunque los datos socioeconómicos señalan un aumento de la desigualdad, si la percepción es de que no estamos mal, ¿realmente el deterioro de los ingresos de las clases medias reduce su nivel de bienestar? La clase social nos remite a un grupo de gente que comparte un estatus parecido. Este estatus viene definido por unos niveles de ingresos que permiten unos determinados estándares de vida y por una serie de factores culturales, sociales, educativos, de salud y políticos, accesibles de forma generalizada.

En aspectos como los ingresos privados, las diferencias con la clase alta son sustanciales. En otros como la salud, la educación, la cultura, determinados bienes de consumo, incluso las ocupaciones, el disfrute del ocio, las clases medias pueden alcanzar niveles cercanos a los más pudientes. Por ejemplo, la universidad o los hospitales públicos, que usan las clases medias, no ofrecen un servicio inferior a los posibles hospitales o universidades privadas a los que pudiera acceder la clase alta. O en el consumo de bienes corrientes: vestido, viajes, ocio, se ha producido una democratización del consumo, las clases medias alcanzan niveles casi de la clase alta. Simplificando, todos compran en Zara, utilizan Ryanair o llevan móviles sofisticados (críos y adolescentes incluidos). Por supuesto siempre quedan el lujo y otros bienes inaccesibles a las clases medias.

El crecimiento de las clases medias y la reducción de las diferencias con la clase alta es un fenómeno relativamente reciente en España. Imaginemos nuestro país en los años 60. Había una clase de los propietarios, la de las rentas, las ocupaciones y la representación institucional y política, o sea una reducida clase alta, y luego el resto. Las diferencias de nivel de vida eran estratosféricas. Los que no tenían, no sólo tenían pocos ingresos sino que además carecían de salud, cultura y educación, nada de ocio y tiempo libre, ninguna protección social, nada en definitiva de lo que hoy permite a la gente sentirse relativamente bien y poseer unos niveles de autoestima y de satisfacción con la vida que suelen puntuar mayoritariamente alto (8 de media). Pregunte lector en su entorno cercano cuál es el grado de satisfacción con la vida que llevan sus conocidos, en una escala de 1 a 10.

Junto a estas cuestiones que tienen bastante que ver con lo material, hay otras que nunca ponemos en valor, de carácter inmaterial, que contribuyen poderosamente a elevar nuestro bienestar subjetivo. Liberarnos del oscurantismo religioso, de un sistema de costumbres conservador y opresor en relación al sexo, a las relaciones de pareja, al modelo familiar, a nuestra apariencia externa, este conjunto de libertades sociales nos ha proporcionado calidad de vida y nos ha igualado en su disfrute con la clase alta. No se cumplieron las catástrofes anunciadas cuando se consiguieron. Deberíamos tener muy presente que las libertades sociales conquistadas se disfrutan de forma generalizada por el conjunto de la sociedad.

No resulta extraño en la forma de vida que llevamos, encontrar elementos que permiten a amplios sectores sociales considerarse clases medias, más allá de un determinado nivel de ingresos. Para el caso español, las clases medias representan más de dos terceras partes de la población. La OCDE ha hecho público hace unos días un informe que avisa de un proceso de constreñimiento del tamaño de las clases medias tomando como criterio definidor una horquilla de ingresos que va del 75% al 200% del ingreso mediano. Señala que la caída de ingresos es consecuencia del deterioro de los mercados de trabajo en cuanto a precariedad, polarización y salarios y al incremento de costes en una serie de bienes básicos: salud, educación y vivienda.

En este contexto, consumos alternativos, junto con el valor que producen los bienes inmateriales a que hemos aludido, hacen que el informe de la OCDE, que describe unos riesgos reales, pase como desapercibido. El deterioro económico y laboral de estos años no genera un malestar suficiente para activar nuestros mecanismos de respuesta y nos adaptamos a lo que hay. Y así, el tema queda ante la sociedad como un discurso retórico, casi vacío.

La OCDE resume el declive del tamaño de la clase media como un aumento de la desigualdad, lo cual suena hueco, no movilizador. Sin embargo, el riesgo es real y el deterioro que describe es cierto y perceptible.

Algo no se explica bien o la sociedad está realmente feliz y satisfecha.

*Universidad de ZaragozaSFlb