No hace falta que se esfuercen en apuntarse a un gimnasio al que casi nunca irán, ni a una academia para pasar del nivel medio-medio de inglés, porque por fin los rituales que definían el comienzo de las estaciones se han roto definitivamente. Ni el verano es sinónimo de felicidad, ni septiembre el inicio de la vida planificada. Nos han bastado estos dos meses para certificar que la imprevisión y la inmediatez van a acompañarnos por un periodo largo, sin fecha final. Es difícil añadir más incertidumbre a la situación y aun así vamos tirando, a trompicones, con pasos atrás, con cambios constantes en las decisiones públicas y las adaptaciones en nuestra vida.

Hemos reducido nuestras expectativas a dos, mantenernos sanos y conservar el empleo, el resto de los planes parecen hoy casi una frivolidad. Hemos renunciado a gran parte del disfrute en lo cotidiano, a la cultura, al entretenimiento o al encuentro con los amigos. Hemos simulado un verano normal como haremos con un comienzo escolar que es extraño hasta por las ganas que tienen los niños de volver. Ni las mascarillas, ni la distancia de seguridad, ni un patio casi solitario les parecen trabas suficientes para mermar su entusiasmo por encontrarse con los suyos, por recuperar su identidad social robada hace seis meses.

Así que mientras estamos lidiando con estas grandes transformaciones no nos griten más, no nos acusen de todo lo que sale mal. Hicimos, en la mayor parte de los casos lo que nos permitieron y casi conminaron a hacer, salimos a la calle, consumimos para levantar la economía local, nos reencontramos con nuestras familias y llenaron horas de programación con los emotivos encuentros. Nos volvieron a reducir las salidas, los aforos, vimos los confinamientos, las pruebas PCR de amigos o de nosotros mismos, nos pusimos mascarillas, suspendimos celebraciones, nos reunimos en 5, 20 ó 10 personas según iba evolucionando la pandemia. En este ir y venir constante por el que transitamos, ni el griterío del todo mal, ni la comunicación de certezas y seguridades que no existen nos ayuda para continuar.

Empezaremos día a día, con la duda que asalta todas las conversaciones de «¿a ver cómo va?» y que seguro se tranquilizaría con mayor inversión en medidas urgentísimas en educación y en atención primaria. Nosotros ya estamos poniendo de nuestra parte, y muchas instituciones están de lleno en ello, pero se necesita un esfuerzo más, de medios, de colaboración y de unidad. Ese sí que sería el propósito del año.