Acabamos de inaugurar un nuevo año pero poco tienen de novedoso los problemas que nos trae de la mano. El 2019 ha cogido el testigo del 2018 y nada hace sospechar que, como si de un cuento de hadas se tratase, las dificultades vayan a disiparse o resolverse por sí solas, mágicamente. Más bien todo acaba dependiendo de nuestra voluntad y trabajo. Eso a lo que llamamos libertad y que tanto nos define y deleita lleva consigo una importante carga de responsabilidad que a muchos parece pasárseles por alto. A mi juicio, forma parte de esa responsabilidad el adecuado nombre de las cosas y quien dice de las cosas dice de los procesos, los fenómenos, las tendencias, las tentativas... el nombre de todo cuanto nos afecta en realidad. Manipular, tergiversar, torcer las denominaciones de tales «cosas» responde a veces a un afán de educación y cortesía muy de agradecer que no debe confundirse con aquello a lo que nos referimos cuando hablamos de lo «políticamente correcto» pues en este caso son otras las causas las que fuerzan los nombres asignados, motivos de índole político sobre todo y cuando hoy se emplea el término «político» la mayor parte de las veces a lo que nos estamos refiriendo es a las cuentas y el calendario electoral. Así de pobre está resultando la cosa. Pero no quisiera detenerme en eso sino que, al hilo de esa preocupación por un lenguaje transparente y clarificador antes que cómodo y engañoso sin incurrir por supuesto en ofensa o grosería, me gustaría dedicar algo de tiempo a una de las palabras y nociones que, de boca en boca y de escrito en escrito, más llenan nuestras conversaciones, preocupaciones, textos y desde luego tertulias. Me refiero a «crisis». Supongo que si hiciésemos un estudio analítico del número de veces que se recurre a ese vocablo en un solo día en nuestro país la cifra sería sorprendente. Es verdad que el término «crisis» puede y de hecho es empleado en contextos muy diferentes y en ámbitos muy variados: del deporte a la economía, de la educación al arte o de las buenas costumbres a la ciencia, por mencionar solo algunas posibilidades. No obstante y pese a las diferencias entre esas esferas y cualesquiera otras en las que ustedes estén pensando, tengan en cuenta que, a día de hoy, parece haberse decidido que todo sea político o cuando menos que todo sea tenido en cuenta en los programas y debate electoral. Por tanto y, en consecuencia, todos esos ámbitos podrían servirnos como ejemplo a la hora del correcto empleo de la palabra «crisis». Sin embargo, lo destacable en mi opinión no sería eso sino la conjugación del término «crisis» con el verbo adecuado. Me explicaré, durante mucho tiempo hemos combinado la voz «crisis» con el verbo «estar» pero probablemente sería más conforme con la realidad y la actualidad hacerlo con el verbo «ser» puesto que no es que «estemos en crisis» sino que «somos crisis» y lo somos en el sentido de que probablemente la crisis se haya convertido en nuestra única posibilidad de ser. Dado lo vertiginoso de los cambios y la incertidumbre permanente generada en torno a ellos, la crisis ha dejado de ser el decorado de la función para convertirse en el guión mismo de nuestra existencia.

*Filosofía del Derecho. Universidad Zaragoza