Garaudy, un francés muy conocido, supone que esta Europa es un arcaísmo antes de nacer o mejor dicho, puntualiza, antes de abortar, y Winkler, historiador alemán, sostiene que su país pertenece a Occidente desde el punto de vista cultural y social pero que tardó mucho tiempo en aceptar la cultura política de las democracias occidentales. Alemania planteó la I GM de cuyas causas, opina aquel historiador, fueron responsables los dirigentes políticos del Imperio teutónico, y también opina que la suscitaron como un conflicto ideológico entre las "ideas de 1914" y las "ideas de 1789", esto es, como un enfrentamiento entre la cultura idealista alemana alejada del poder y la civilización supuestamente materialista de potencias democráticas como Gran Bretaña, Francia y después de 1917, EEUU... A la revolución francesa se le da en todo eso una relevancia excesiva olvidando la sangre inocente que derramó a cuenta de la "igualdad, la libertad y la fraternidad" que ni siquiera era un lema original aunque si estimable. Sin tanto crimen indefendible, se pudo llegar a lo mismo algo más tarde. Más vale evolución que revolución.

Tras la derrota del nazismo en la II GM (otros que tal) y pasados los años precisos, gente como Habermas afirma que la mayor aportación intelectual de la Alemania occidental en la postguerra, fue favorable a inclinarse incondicionalmente a la cultura política de Occidente, pero basta leer cómo fueron aquellos tiempos para advertir que la realidad cotidiana de la Alemania de entonces, no fue precisamente sencilla y que pudo acabar de manera muy distinta pese a que los alemanes, divididos en dos Estados, se sentían más propensos a USA que a la URRS. La verdadera aproximación a Occidente quizá tomase un rumbo definido tras la reunificación de los alemanes en un solo Estado, allá por octubre de 1991 cuando "Alemania entera encontró su sitio en la comunidad de las democracias occidentales".

Los alemanes quizá estén especialmente sensibilizados a la hora de interpretar lo que significará la construcción de Europa y también para entender las guerras del pasado como "guerras civiles internas dentro de Europa". Ciertamente, para seguir haciendo Europa es imprescindible contar con un grado mínimo de memoria histórica colectiva aunque, como también escribe aquel historiador, "los europeos no podrán librarse de la guerra civil de los recuerdos" un concepto acuñado en 1931 por F. Stampter padre putativo de otra frase feliz: "Europa no se construye contra las naciones sino a través de ellas y con ellas".

Todo esto es bien cierto y nos obliga a saber que la identidad europea, de la que tanto se empieza a hablar, no será algo que se pueda comprar como una baratija para lucir en la solapa; Europa hay que elaborarla pasando por las otras identidades, las nacionales y las regionales y con la decidida voluntad de llegar allí a donde decimos que queremos ir.

El problema de la identidad consiste en que olvidamos la más auténtica que es la común naturaleza de la especie humana. Es ridículo que pongamos la cuna, la etnia o la lengua sin dejar de quererlas, como obstáculos para hacer esa Europa que es un ideal y es un estado de necesidad. Sí; precisamos una Europa para todos y eso no es sencillo. Europa es un árbol con mil raíces, una suma de identidades unidas por denominadores comunes como el territorio, la historia o las creencias y separadas por sentimientos e intereses más que por razones.

Las diferencias que puedan separarnos no se disolverán mágicamente pero el futuro requiere saberlas superar. Como creo que dijo Juan Ramón Jiménez todas las rosas son la misma rosa. Somos con frecuencia, solamente, la sombra de las palabras que decimos con aire de nostalgia. El terruño tira de nosotros a veces, más que la lógica.

Hablando parabólicamente si depositáramos nuestra identidad máxima en ser tutsis y no hutus o en ser hutus y no tutsis, nuestro porvenir se acortaría y no sería ni más ni mejor que el que ya tenemos. Europa está con nosotros si la sabemos buscar con sacrificio. "Si queréis ser europeos tenéis que vivir como hindúes", advertía El Roto. El futuro se hace así o será tan vulgar y amorfo como el presente.

Pero no basta querer; las diferencias son enormes y las pretensiones insaciables. Si todos ponen la ilusión en lo particular, ¿qué se podrá hacer por lo universal? Y lo mismo sucederá si tenemos una especie de ministro de asuntos exteriores para esa UE y luego resulta que cada gobierno estatal hace la política exterior que más le place y la cambia a voluntad y hasta imprudentemente.