La tarea no es nada sencilla. Un buen líder tendría muchas dificultades para afrontar un reto como la pandemia del coronavirus. Imagina si eres Pedro Sánchez. Se trata de un líder muy pequeño frente a un problema gigantesco. Estas crisis, como recordaba Gideon Rachman, hacen o deshacen reputaciones. El alcalde de Madrid Martínez Almeida fue durante meses objeto de burlas; ahora gente alejada ideológicamente reconoce intervenciones solventes. Churchill fue responsable de numerosos fiascos hasta convertirse en ejemplo de la resistencia y una fuente de citas y tono para gobernantes necesitados de gravedad.

En el caso de Sánchez, tenemos una presidencia sin propósito, basada en la publicidad y el trampantojo, que se ha topado con una crisis real. Una de sus ventajas es que no ha trastocado su proyecto, porque no tenía ninguno más allá de durar. El primer problema era reconocer lo que sucedía, dar crédito a los datos que tenía, imaginar el desastre para tratar de atenuarlo. No lo hizo. El segundo era adoptar medidas. Allí ha mostrado una tendencia a la improvisación: tardanza y precipitación al mismo tiempo.

Cuando muestra desdén hacia la oposición es cuando enseña su lado amable. Sus socios de gobierno, los empresarios y los presidentes de otras comunidades han lamentado su arrogancia. La chapuza parece un modus operandi. Un ejemplo es que el BOE diciendo qué negocios podían o no operar se publicara al filo de la medianoche de un domingo, tras haberse anunciado el sábado. El diputado por Zaragoza Klose ironizaba con que hubiera gente pendiente de saber lo que decía el BOE a esas horas: es profesor de sociología, pero quizá no imaginaba que los detalles pudieran despertar la curiosidad de algún empresario o trabajador; tampoco puede uno saberlo todo. Algunas medidas han pasado rozando lo legalmente aceptable; no se sabe bien por qué lado del aro. Las intervenciones televisivas del presidente buscan más la autojustificación que la claridad o dar confianza a los ciudadanos. Las preguntas de los periodistas se filtran.

Lo más paradójico --y, de nuevo, modus operandi-- es que a pesar de todo hay que estar con el partido mayoritario del Ejecutivo, sin que eso excluya la crítica. El Gobierno es la autoridad en la resistencia contra la amenaza común. Y el PSOE es la parte responsable del Ejecutivo. Contiene los intentos de su socio, que pretende aprovechar la emergencia para impulsar recetas que conducen al enfrentamiento y la miseria. Naturalmente, eso no ocurriría si Sánchez no hubiera pactado con ellos.

@gascondaniel