La gestión llevada a cabo por el anterior Gobierno de la crisis abierta tras los atentados del 11 de marzo (como las relativas a la catástrofe del Prestige , al tan previsible accidente del Yak ucraniano o a la posición española ante la guerra de Irak) se han desvelado sobradamente como descarados y descarnados ejercicios de desinformación y de manipulación de la opinión pública. En este sentido Aznar andaba miméticamente tras las huellas de Bush, lo cual explicaría no sólo la identificación política de ambos presidentes (salvada las abismales distancias entre sus respectivas cuotas de poder), sino las enormes similitudes concretas entre el 11-S americano y el 11-M español. Ambos atentados islamistas, igualmente monstruosos, sucedieron en medio de graves fallos de los mecanismos de prevención, fueron objeto a posteriori de tremebundas mentiras oficiales y se los quiso utilizar (con éxito en el caso estadounidense, aunque no en el español) como coartada para limitar libertades y derechos y reducir el espacio democrático.

La investigación parlamentaria del 11-M no parece estar siendo demasiado reveladora en lo que se refiere al lamentable intento de Aznar, Acebes y Zaplana de usar la masacre como medio de ganar las elecciones por goleada atribuyéndola a ETA y camuflando la pista islámica . Este hecho fue en su momento tan obvio que todo dato posterior sobre el mismo apenas puede ser considerado mera cuestión de detalle (aunque los diputados del PP intenten embarullar la supuesta investigación y Acebes siga sosteniendo la mayor con una contumacia que llena de pasmo).

Pero lo que si ha venido a resultar tan revelador como alarmante es comprobar, por las declaraciones de altos mandos de las Fuerzas de Seguridad y por el conocimiento que se tiene de los documentos elaborados por el CNI, el alto grado de imprevisión, escasez de medios, descoordinación, lentitud operativa y sumisión a los dictados de la jefatura política que lastró la labor de los servicios policiales y de inteligencia antes de la tragedia y en las horas que siguieron a la misma. La confusión (interesada) sobre el tipo de explosivo y el modus operandi de los terroristas, las actuaciones simultáneas de distintos organismos, la confusión de los canales de información interna (en el Ministerio de Interior y en otros departamentos), el retraso en la comprobación y seguimiento de pistas cruciales... El cuadro general es para echarse a llorar. No es sólo que el Gobierno estuviera empeñado en que la matanza fuese obra de ETA, es que la investigación fue (tal vez interesadamente) premiosa, dispersa y a veces confusa.

Visto con una mínima retrospectiva, el 11-M despejó casi todas sus incógnitas en poco más de veinticuatro horas: la forma de actuar, el tipo de explosivos, la furgoneta con los detonadores y las grabaciones coránicas, la bolsa (que no mochila) con la bomba sin estallar (incluido teléfono móvil), la reivindicación del atentado por una organización de la órbita de Al Qaeda, las negativas constantes desde el entorno de ETA... Pero además cualquier especialista policial tenía que haber olido al momento que aquello no encajaba con la tesis gubernamental sobre la autoría; por ejemplo, ¿cómo hubieran podido los comandos etarras mover en Madrid no menos de quince o veinte elementos operativos y de apoyo sin ser detectados?, ¿de dónde hubiera salido tanta gente y tantos medios?

Si analizamos globalmente los acontecimientos de los últimos años, desde el ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono hasta la masacre en las estaciones de Madrid, pasando por la guerra de Irak, llegaríamos a la conclusión de que en todos y cada uno de los casos los servicios de inteligencia (empezando por la sofisticada CIA), los sistemas de seguridad y los analistas de los más renombrados centros de estudios estratégicos fueron siempre muy por detrás de los periodistas y medios informativos capaces de opinar sobre los citados fenómenos sin dejarse entorpecer por el miedo, el falso patriotismo o el sectarismo ideológico. En el caso de las consecuencias de la invasión y ocupación de Irak (y ciñéndonos al ámbito español), cabe comparar a toro pasado las advertencias de quienes aseguramos que aquello sería un desastre con las argumentaciones de los expertos oficiales u oficiosos. De hecho, es hoy evidente que cuando Aznar hablaba de armas de destrucción masiva y de los vínculos entre Sadam Husein y Al Qaeda lo hacía con la más absoluta frivolidad. Claro que poco antes Collin Powel, el ministro de Exteriores estadounidense, había presentado ante el Consejo de Seguridad de la ONU un informe sobre las famosas armas de destrucción masiva en la que entre otras perlas se hablaba de su fabricación ¡en laboratorios móviles instalados en camiones! (Y la pasada semana todavía se escuchó a Acebes hablar muy seriecito del napalm casero que según él iba a fabricar el famoso Comando del Dixan . ¡Por favor!).

O los servicios de inteligencia son muy poco inteligentes o han sacrificado la inteligencia a los intereses de sus jefes neoconservadores. Uno empieza a pensar que el 11-S y el 11-M pudieron haber sido evitados. Y que Al Qaeda no es la organización infalible y omnipresente que nos quieren hacer creer, sino la suma de unas bandas de fanáticos criminales que los sistemas occidentales de seguridad deberían neutralizar aplicando la profesionalidad y los medios que tan caros nos cuestan a los contribuyentes.