Cuando uno estudiaba Derecho en "el viejo caserón de San Bernardo", tuvo la fortuna de contar entre otros inolvidables profesores, con las buenas enseñanzas administrativas de maestros como el aragonés Jordana de Pozas y de su entonces Adjunto, García de Enterría. De ellos aprendí que la Administración Pública solía actuar de tres maneras: una, mediante la acción de policía consistente en asegurar el orden y dejar que lo demás lo hiciesen los particulares; otra, mediante la actividad de fomento consistente en que la Administración estimule el trabajo de los particulares siempre que beneficie al interés general y en fin, una tercera la del servicio público que fue emergiendo a medida que la iniciativa privada se iba mostrando incapaz de gestionar lo de todos o excesivamente hábil para velar por el propio beneficio.

A fin de mejorar esta sociedad nuestra, resultaba necesario que la Administración Pública se implicase bastante más en vez de continuar creyendo en aquello del "laissez-faire". Era preciso que fuese la Administración quien se ocupara de lo principal, suponiendo que resultase posible extirpar el lucro de los particulares solo preocupados por la ganancia personal y a partir de ahí, se pensó que todos seríamos más felices.

Eso de la felicidad general gracias al esfuerzo de los gestores públicos siendo tan deseable, es una quimera que no deja de predicarse. Recuerdo a un gobernador de Zaragoza que al despedirse del cargo aseguró que se iba con la satisfacción de habernos hecho un poco más felices.

Estabamos en que la Administración además de ejercer la policía sobre las personas, sobre la sanidad, sobre los alimentos sobre los precios y sin agotar el repertorio, sobre los espectáculos públicos y de subvencionar con el dinero de los impuestos casi todo lo que se hace, decide a veces, asumir ciertas actividades calificadas de básicas como el transporte, las comunicaciones, la sanidad o la energía, para gestionarlas directamente o a través de concesionarios que deben explotar aquellas actividades con beneficio pero pensando en todos, a cambio de pagar un canon periódico y de garantizar una prestación regular y continua del correspondiente servicio; todo, bajo el control de la Administración.

Insisto en que tales servicios deben prestarse de modo "regular y continuo" no intermitente, porque en este caso, el servicio se convierte en un negocio de alguien con amparo de algunos pero ya no es un servicio público.

Es imprescindible que los servicios públicos funcionen mejor que si fueran privados y que se presten en provecho general seriamente, sin saltos ni tolondrones, sin interrupciones caprichosas, nieve o haga calor, en verano y en fin de año; ya digo, siempre.

Si no se presta así, más que un servicio público es una mera pachanga, cuando no un incalificable abuso a costa del bienestar social expresión que tanto se utiliza y tan mínimamente tienen en cuenta los poderes públicos cuando capitulan ante las exigencias más absurdas y a cargo de los usuarios. Si ese carácter "regular y continuo" de cualquier servicio público se subordina a la conveniencia de sus prestadores del concesionario al obrero, puede que el servicio resulte aún mejor negocio para sus explotadores pero deja de ser un servicio público aunque lo disimulen los responsables políticos cuando optan por ser más complacientes que justos.

Imaginemos qué pasaría (o qué ha pasado) si en Nochebuena o en Año Viejo por poner dos casos límites y al tiempo reales, la Administración decidiese compadecer a los pobres servidores que tienen que trabajar en horas tan hogareñas y jaraneras y les dijese: "¡ea, basta por hoy! Dejad el servicio y marchaos a divertir" o que fuesen los servidores los que le dijeran a la Administración que "esa noche iba a trabajar Rita" porque ellos vacaban de propia e irreprimible voluntad. ¿Bastaría para que el servicio dejara de prestarse?.

Aceptada tan arbitraria iniciativa, todos se irían a donde quisieran y no habría médicos en los servicios de urgencia ni guardias en la calle ni maquinistas de trenes conduciéndolos en noches de esas ni quitanieves ni bomberos ni pilotos ni conductores de autobuses y de taxis ni por supuesto, controladores aéreos.

¿Se puede llamar a eso, "servicios públicos?" No; esos son "servicios de cuando les dé la gana" y una Administración que lo permita sin sentar la mano, es sencillamente, una Administración irresponsable. "Vamos, digo yo".