La boda del príncipe tiene muchos detractores. Internet es un clamor. La gente en directo también pone muchos reparos. En internet hay miles de páginas contra la boda. Diríase que a nadie le gusta semejante evento. Parece que esta boda es una maniobra secreta para que el país abrace la república. Salen republicanos por todas partes. ¿Qué está pasando? Creo que para la mayoría de los hombres las bodas son una monserga insoportable. Sólo las aguantan porque, por una vez, parece que hacen algo, que son necesarios, que tienen alguna función. Especialmente, el novio. Y también, porque no han de hacer nada. El ideal perfecto: ser necesarios sin tener que hacer nada. Las bodas son un negocio, especialmente para la Iglesia, que no tiene competencia porque las ceremonias civiles no se diferencian de una vista judicial. Según esta hipótesis gratuita --los hombres odian las bodas--, el amplio rechazo hacia la boda del sábado no apunta tanto hacia ese evento cuanto a las bodas en general, y a la propia en particular. Lo que pasa es que no se atreven a decirlo. Y menos a practicarlo. Hubo objeción contra la mili, pero a ver quién osa objetar contra la boda. Y menos contra la ceremonia religiosa. La única salida es hacerse gay: de la trasgresión mayor ya se infiere automáticamente el derecho a una gama de heterodoxias derivadas. (Lo de las parejas de hecho, al menos para el gobierno anterior --caso Yak--, no parece significar gran cosa). Estamos hartos de oír a gente que se casaría por lo civil pero, claro, a ver quién le da ese disgusto a los padres, abuelos, etc. Y así se va perpetuando la monserga, indefinidamente. Pero ahora se casa el pobre príncipe y llega la gran ocasión para que todos los cobardes que han cedido o van a ceder a una tradición esclerotizada (a duras penas avivada por Hollywood), se ceben con esta boda concreta. Ahora tienen el pretexto para "hartase de balón" (expresión del inmeso Arcadi Espada). Seguro que el príncipe y su futura preferirían casarse discretamente en las Barbados y no sufrir estas semanas de hacer el paripé y aguantar menús deconstruidos.

La boda hay que verla como un gran evento de marketing global (si sale todo bien), y ese montón de millones, no como un despilfarro sino como una inversión de cara al mundo (y a los nacionalismos propios) para un espectáculo televisado.

*Periodista y escritor