No nos metamos en eso, dijo el hombre inmóvil. El político de la parálisis, de la inacción. El presidente que deja que los problemas se pudran, que todo empeore, que todo se desmorone a su alrededor mientras él, contra todo pronóstico, sobrevive. No nos metamos en eso, pronunció en tono templado, casi íntimo. Como si las fuerzas contra las que debería enfrentarse fueran demasiado colosales, tanto que más vale no molestarlas. ¿Para qué perturbar el mundo empresarial con menudencias como la desigualdad salarial entre hombres y mujeres? Según los últimos datos publicados por Oxfam Intermón, las mujeres son el 73,9% de la población trabajadora con los salarios más bajos y solo el 34,5% de los salarios más altos. ¿Esa discriminación que lastra las aspiraciones profesionales de las mujeres no es tarea del Gobierno? Si en eso no nos metemos, ¿podemos entender que este Gobierno solo trabaja para la mitad de la población?

El «no nos metamos en eso» de Mariano Rajoy, llega unos días después de que Islandia haya aprobado exigir por ley la igualdad salarial entre hombre y mujer. Es la diferencia entre la derecha y la izquierda, podemos pensar. Pero no. Porque la coalición de gobierno islandés es tan diversa como sorprendente y acoge tanto a partidos de la derecha tradicional como al Movimiento Izquierda Verde, al que pertenece la primera ministra.

La organización social pone todas las trabas, los roles tradicionales se encargan del resto. Y el deber de la política es meterse en eso.

*Escritora