En la tarde-noche de este sábado, los aplausos desde ventanas y balcones, el sonar de tambores, el 'Resistiré' cantado a voz en grito e incluso las soflamas de un vecino que saca su megáfono y lanza ¡bravos! al viento me levantaron el ánimo. Luego, el presidente del Gobierno salió por la tele e hizo lo que pudo, con un discurso defensivo tan largo como obvio. Creo que a estas alturas Sánchez debiera estar más presente, ser más líder y más decidido (y concreto) a la hora de encarnar su papel de líder. No es fácil, por supuesto. Y lo será menos si desde Moncloa se empeñan en aferrarse a las prácticas habituales de esa supuesta ciencia que veníamos llamando comunicación política. Ahora hace falta otra cosa, otra manera de dirigirse a la ciudadanía. Lo cual vale para el resto de los actores relevantes en este drama: para Iglesias, obligado a madurar sobre la marcha y dejarse de alardes inútiles; para los del PP, para los nacionalistas periféricos (a quienes ha estallado en los morros la obsesión identitaria) y no digamos para las plataformas y los espontáneos de extrema derecha, cuyo argumentario agresivo da grima.

Discutir si fue oportuno, o no, dejar que se celebrasen las manifestaciones del 8-M, los partidos de fútbol y otros eventos deportivos de aquel fin de semana, así como el congreso-mitin de Vox va perdiendo el sentido. Visto retrospectivamente, es evidente que hubiera sido mejor suspenderlas. Lo que no vale es usar ahora tales hechos para tirarse los trastos a la cabeza. Los agitadores que sitúan en las marchas feministas el epicentro del contagio deberían explicar si fue en ellas donde pillaron el virus Esperanza Aguirre, Abascal o el Marqués de Griñón (q.e.p.d.) o cómo llegó la plaga a las residencias de ancianos, que es donde está lo crudo del problema. Las cosas son de nuevo más complicadas de lo que pretende la demagogia al uso. Es necesario intensificar los esfuerzos para racionalizarlo todo y abrir ya debates constructivos que avancen alternativas para ya… y para el día después.

El sistema sanitario español (el público, que del privado no sabemos gran cosa) sí que funcionaba bien y tenía un alto nivel de calidad y eficiencia, incluso a pesar de los recortes, cuyos efectos poco o nada tienen que ver con la crisis actual. Pero nunca estuvo preparado para lo que ahora le cae encima. Los hospitales de agudos se venían dedicando a otra cosa. Practicaban una cirugía muy avanzada y sin duda respondían a la demanda popular (cada vez más intensa) con actuaciones exhaustivas que en bastantes casos incluso superaban el esfuerzo terapéutico razonable. En estos momentos eso no es posible, y cuando la avalancha obliga a establecer una selección que prime los casos donde existe esperanza sobre aquellos en los que nada cabe hacer es imprescindible que la actitud de todos nosotros cambie y que entendamos la situación.

Situación, por cierto, que incluye, entre otros, un hecho palmario: España no fabrica (al menos no de forma regular y suficiente) casi ninguno de los recursos materiales que ahora se precisan en grandes cantidades. Era y es preciso importarlos (sobre todo de China). Solo que en la actualidad existe más demanda que oferta a escala global. Y esto, entendámoslo, no va a resolverse de hoy para mañana, aunque es preciso improvisar sobre la marcha un suministro propio. Más adelante comprobaremos también lo vulnerable de nuestro modelo económico, tan dependiente del turismo y los servicios. Pero es lo que hay.

Calma y paciencia. Esto se ha puesto muy feo. Por eso ha llegado la hora de demostrar de qué pasta estamos hechos. La responsabilidad es de todos.