Anda Macron caricato y retirado por esa Francia en llamas de chalecos amarillos que no se resigna a seguir tragando la quina de los mercados.

Nada nuevo bajo el sol. Desde los comuneros castellanos o los remensas catalanes, casi todas las revueltas populares han estallado por la carestía o carencia del pan, o del té, caso de los indepes bostonianos. Cuando al pequeño burgués o al obrero no les alcanza para el segundo plato y el tabaco se arma la mundial. Ayer, Grecia; hoy, Francia; mañana, España.

Mañana, sí, seguramente pronto tendremos el lío montado aquí porque las tomaduras de pelo de nuestros gobernantes comienzan a resultar una permanente en la peluca de un pueblo que nada pinta, salvo a la hora de pagar impuestos, tasas y gastos. Cuando vota, sus votos hacen cuentas, las cuentas hacen cómplices y los cómplices esos otros votos parlamentarios que tan distintos son.

Nadie se explica por qué los salarios no suben en España, pero sí la gasolina y ese demonizado diesel que nadie quiere pero que bien se cobra en las estaciones de servicio, con su porcentaje estatal puesto al día. Nadie se explica que nos hayamos gastado cerca de 50.000 millones de euros en reflotar unos bancos que vuelven a estar al borde de la quiebra. Nadie se explica por qué es tan imposible combatir el paro y elevar la calidad, cada vezmás degradada de nuestros servicios...

Macron, al otro lado, o Pedro Sánchez (¿en cuál?) se preguntarán qué más pueden hacer, cómo aumentar los niveles salariales y la capacidad de consumo de una masa de europeos, españoles, franceses, jóvenes, pensionistas, amas de casa, agricultores, pescadores, artistas, profesores que muy a duras penas llegan a fin de mes y que empiezan a culpar de sus males a la clase política, al gasto excesivo de las administraciones, a los emigrantes y a la presión inhumana de los mercados financieros, con su apéndice comercial en forma de productos globalizados, orientados a una sociedad estándar.

Frente a esa interesada homologación, los chalecos amarillos recuerdan a Macron, y al resto de dirigentes, que detrás de cada huelga, de cada grito, de cada factura, pancarta, voto hay un ciudadano... muy cabreado.