Emilia es un nombre bonito. Y Lidia. Y Ángel. Son también históricos desde el 27 de diciembre. Corresponden a los primeros vacunados contra el covid-19 en Zaragoza, Huesca y Teruel. La comunidad ha administrado ya más de 56.000 pinchazos. La lista es larga aunque no completa. Aún hay personas que desconfían de esta vacuna. Algunos recelan de su seguridad, de sus posibles efectos secundarios. Otros, los menos, creen que la inoculación introduce en el organismo algo más que una parte del virus. Puede resultar una labor complicada convencer a estos últimos con argumentos racionales. Los primeros puede que solo necesiten evidencias de por qué la ciencia lleva siglos haciendo progresar a la humanidad.

¿La vacuna contra el covid-19 se ha desarrollado en un tiempo récord? Sí. ¿Eso es malo? No necesariamente. La cantidad de dinero inyectada en los laboratorios no tiene precedentes. Como dicen en mi casa: «con perretas, chufletes». Miles de millones de euros, públicos y privados, han llovido desde todas partes del mundo para llegar a la meta cuanto antes. Y nadie ha corrido descalzo. Los investigadores llevan décadas acumulando conocimiento sobre virus y coronavirus. Hubo más sustos antes de este SARS CoV-2. Fueron el SARS, el MERS... Lo que pasa es que lo que no cala pasa desapercibido. También conviene recordar cómo se han acortado plazos, por ejemplo, en el reclutamiento de voluntarios para probar la vacuna. Convocar a 30.000 ha costado días y no años.

¿Nos utilizan como conejillos de indias? Los investigadores han explicado por activa y por pasiva que los protocolos seguidos en esta vacuna son los mismos que los de cualquier otra. Antes de su autorización deben pasar tres fases para probar su seguridad y eficacia y, una vez comercializada, siguen vigilando posibles efectos adversos. 60 millones de personas han recibido esta vacuna en el mundo. Apenas han reportado un puñado de reacciones.

¿Hay cosas que se podrían haber hecho mejor? Desde luego. Las dudas son buenas, pero mejor es encontrar razones para confiar. El miedo deja de ser natural cuando impide avanzar.

Acabamos de sobrepasar la barrera de los 3.000 muertos en Aragón por covid-19. La mitad en residencias de ancianos. Muchas Emilias, Lidias, también Marías, Antonios… Ellos ya no podrán vacunarse. Los que sí, nos lanzan un grito desesperado: «por favor, vacunaos». Ellos que han conocido el hambre, la necesidad y la guerra. «Cuidaos y cuidadnos». Alguno podría haber dicho aquello de «si me queréis, irse». A vacunar, claro. A lo Lola Flores, con ese arte de pedir que tenía. Ella habría sido una buena imagen también para esta campaña.