Muy gráfico del titular de ayer: El PP, hasta el cuello. Pero quedaba implícito que ese es un cuello de jirafa, un periscopio larguísimo capaz de emerger en la superficie de cualquier cenagal o cloaca y apuntar certeros torpedos a la línea de flotación del adversario.

Ahora, imaginen que Rajoy no logró ser presidente tras el 20-D del 2015, que Pedro Sánchez consiguió, además del apoyo de Ciudadanos, la abstención de Podemos. Llegó a la Moncloa y su situación actual es idéntica a la que disfruta el bueno de Mariano: en mayo y sin presupuestos, con una deuda pública equivalente al PIB, con su partido (en tal caso, el PSOE) atormentado por los escándalos, con exaltos cargos públicos encarcelados y procesados, con graves sospechas de que la Fiscalía está siendo utilizada para agravar o aliviar acusaciones... Bueno, la cosa aún podría ser más grave si el apuesto Sánchez estuviera gobernando no ya con la aquiescencia de Iglesias, sino con sus votos y los de los nacionalistas periféricos. Relacionen tal posibilidad con la negociación de las cuentas del Estado con un PNV que se relame dando por hecho que el Cupo Vasco quedará arreglado para los próximos quince años, o con constantes promesas de que Cataluña ha de recibir fortísimas inversiones para distraerla de su afán independentista.

En tales casos, estaríamos al bordel precipicio. La prima de riesgo se dispararía. Los socios europeos nos apremiarían con sus peores modales (imaginen cómo estaría ese tipo de las gafitas que manda en el Eurogrupo). España temblaría. Los socios del Ejecutivo (fuesen centristas, centrífugos o alternativos) pondrían el grito en el cielo. La oposición (en tal caso el PP) bombardearía el banco azul del Congreso con los peores denuestos. El fin del mundo.

Tranquilos. Con la derecha al timón sucede todo lo descrito, pero las consecuencias son muy diferentes. Ni alarma ni pánico ni ruina. Esto va como la seda. Rajoy pasa de todo. Cifuentes encabeza la lucha contra la corrupción. La leal oposición traga. La UE aplaude... Increíble.