Cuando ETA perpetró aquel sangriento atentado en el Hipercor de Barcelona, hace treinta años, ya no cabía duda alguna de que, pese a la estela de dolor que dejaban sus crímenes, los terroristas carecían de recursos para ganarle la guerra al Estado. Otra cosa eran las profecías catastrofistas de quienes pretendían (y han pretendido hasta ahora mismo) utilizar los episodios violentos para generar reacciones antidemocráticas de signo supuestamente contrario. Tal y como estamos viendo ahora en relación con los ataques yihadistas y sus réplicas islamofóbicas.

Ni Al Qaeda ni el Estado Islámiconi cualquier otra organización similar tienen posibilidad alguna de vencer a Europa. Causarán daño, provocarán tragedias. Pero el sunnismo wahabí no está en condiciones de trastornar siquiera a un Occidente resabiado, bien organizado, muy bien armado y cuya capacidad política, tecnológica y coercitiva está años luz por encima de la que podrían exhibir los terroristas y sus ricos pero atrasados patrocinadores.

Claro que los europeos somos exageradamente frágiles ante los factores de riesgo. Frágiles e impotentes, a veces; frágiles pero desentendidos, otras. Es fácil fomentar nuestro miedo. Al yihadismo, por ejemplo. Pero otros peligros de idéntica dimensión nos acechan: el incendio de un rascacielos, las llamas que también abrasan bosques y pueblos, accidentes de tráfico o ferroviarios o aéreos... Te juegas la vida si eres mujer y tu pareja o expareja alberga intenciones asesinas. O tan sólo si sales con tu bici a la carretera y te cruzas con un conductor/a borracho/a.

¿Qué hacer entonces? Prevenir, vigilar las redes del islamismo integrista, pacificar Oriente Medio... También regular la construcción y reforma de edificios o gestionar los bosques con talento. Asimismo proteger mejor a las victimas de la violencia machista, educar a los jóvenes en la igualdad y el respeto, controlar más a los conductores... Y mucha democracia y mucha libertad y mucha solidaridad, y sobre todo un poquito más de valor. El cobarde, ya se sabe, muere cada día antes de morir.