La burbuja inmobiliaria que vivió España en los primeros ocho años del siglo actual proyecta una y otra vez su sombra sobre la actualidad. A pesar del estallido del 2008. En algunas comunidades y en especial en las grandes ciudades (Baleares, Cataluña, Madrid, País Vasco), el constante incremento de los precios de la vivienda tras el desplome de hace diez años alerta sobre un nuevo proceso inflacionario que podría descontrolarse. Pero incluso en Aragón, donde la provincia de Teruel arroja índices negativos en la evolución de dichos precios, Zaragoza ya vive un alza constante e importante en los alquileres. Precisamente por ello no es extraño que las inspecciones en la VPO haya detectado las mayores irregulares en las fianzas abusivas que se exige a quienes intentan arrendar un piso así catalogado.

Es evidente que la burbuja anterior, desmesurada en su evolución y en el alcance de su máxima expansión, dejó tras de sí un sector inmobiliario gran parte del acual había salido al mercado a precios disparatados. La brusca caída posterior se ha ido absorbiendo mal que bien por los bancos y las rescatadas cajas de ahorro. Pero dichas entidades, como los fondos de inversión y los cientos de miles de compradores individuales han intentado e intentan recuperarse de las pérdidas objetivas. Por eso, en cuanto ha crecido la demanda de vivienda en alquiler, las tarifas se han ido hacia arriba en una capital como Zaragoza, donde el precio de los pisos evoluciona con relativa parsimonia, pues aunque no deja de aumentar todavía permite financiar una vivienda con 5,2 años de salario, cuando hace diez años la misma operación comprometía el doble: 10,1 años de sueldo.

Es necesario vigilar este mercado e intentar librarlo de las tensiones que todavía provocan los hábitos especulativos y el tradicional desorden inmobiliario. España, y Aragón no es una excepción, nunca ha planificado su urbanismo con lógica y atención al interés mayoritario. Ni siquiera la crisis de 2008 pudo imponer un mínimo de orden, porque para entonces todo había llegado demasiado lejos (el caos, la especulación, la arbitrariedad planificadora, la corrupción...). La ausencia de parques de vivienda pública accesible, de un auténtico control de los precios y de una programación adecuada del suelo que impidiese los constantes pelotazos se dejará notar durante lustros. Cuidado, pues, con nuevas burbujas.