Hace muchos años que me enseñaron a ser positivo a la hora de juzgar a los demás. Todo el mundo agradece que empecemos diciéndole "muy bien, has hecho un buen trabajo" y unos cuantos elogios (verdaderos) más, antes de añadir "pero", y aquí vienen las críticas. O sea que voy a empezar con elogios a la sociedad española, y a nuestros respectivos gobiernos, y a mí mismo como ciudadano: lo hemos hecho muy bien a la hora de moderar el déficit público y de tratar de recuperar la confianza de nuestros socios europeos y de los mercados que nos han prestado el dinero que hemos gastado por encima de nuestros ingresos.

Pero no es suficiente. El déficit público fue en el 2013 del 6,6% del PIB, ligeramente mejor que el del año anterior pero aún demasiado alto porque el PIB cayó un 1,2%, de modo que el volumen de deuda pública creció más de un 7% respecto del PIB. Déjeme el lector que haga un paralelismo con una familia, porque, en definitiva, un país no es sino una gran familia (a menudo muy mal avenida). Si este año usted se pone enfermo y sus ingresos bajan, si su coche sufre un accidente grave que no cubre la compañía de seguros y si ha tenido que hacer otros gastos extras, seguramente tendrá déficit y su endeudamiento crecerá respecto del año anterior. Esto no es un desastre si usted es capaz de controlar su deuda en un plazo breve; si no, lo siento mucho, pero su familia camina hacia la bancarrota.

Pues en el caso de España el problema no es que el déficit público sea alto, sino que no es fácil que podamos controlarlo durante unos cuantos años. El gasto se mantendrá elevado, porque los costes sociales no se van a reducir con facilidad, teniendo en cuenta el envejecimiento de la población y el mantenimiento de altas tasas de paro durante muchos años. Y también porque las correcciones del déficit de los últimos años las hemos hecho mediante recortes, no mediante reformas.

Los recortes fueron muy duros, pero no se pueden repetir. Bueno, pues vamos a aumentar los ingresos. Esto es muy fácil de decir, pero muy difícil de hacer. El sector inmobiliario, que era una gran fuente de ingresos públicos en los años del auge, no reaparecerá durante una larga temporada. El informe mensual de marzo de La Caixa incluía un estudio en el que se mostraba que la recaudación apenas aumenta al ritmo del crecimiento del PIB, y ese ritmo va a ser muy bajo durante años. Claro que hay una reforma fiscal a la vista, pero esta parece centrarse más en la composición de los ingresos (quién paga, por qué conceptos y cuánto) que en la eficacia recaudatoria.

Pues que nos salven los demás, o sea, la Unión Europea. Vale, pero ellos no están dispuestos a solucionar nuestros problemas. La política fiscal es competencia de los gobiernos nacionales, con un límite: el déficit y el nivel de deuda no pueden crecer de manera incontrolable, porque eso afecta a nuestros socios. Por eso nos exigen austeridad. Es verdad que hemos mostrado buena voluntad, y que la UE ha aceptado que el ritmo de aplicación de esa austeridad sea más moderado. Pero eso equivale a decir que aquella familia con problemas ha obtenido del banco que la financia un plazo más largo para devolver la deuda, pero no se la ha perdonado: nadie ata los perros con longanizas.

Tenemos un problema. No es acuciante, pero está ahí. No se arreglará con el paso del tiempo; más bien será mayor. Habrá que hacer algo que no sea esperar un año más. Ahora puede ser un mal momento, porque los síntomas de recuperación están en la calle y todos queremos disfrutar de la bonanza y que no nos agobien con nuevos problemas. Pero también es un buen momento, porque estamos ante un cambio de modelo económico, una reforma fiscal y la conciencia de que no hemos hecho todos los deberes en los últimos años.

Claro que también hay bastante malhumor: que paguen los que nos metieron en este lío. Bien, pero no es suficiente. La solución no es que un pariente lejano nos deje una sabrosa herencia, sino que nosotros, como sociedad, tenemos que hacer frente a nuestros problemas. El modelo de sociedad que hemos vivido necesita una nueva orientación: todos queremos más educación, más y mejor sanidad, más infraestructuras, menos impuestos, más pensiones. Pero los números no cuadran. Hace falta una reflexión colectiva, ilusionante, sobre lo que queremos y realista sobre lo que podemos. Y el hecho de que nuestros políticos no la quieran hacer significa que nosotros, la sociedad civil, debemos tomar parte activa. Profesor del IESE. Cátedra La Caixa