El Departamento de Cultura del Gobierno catalán lamentaba el pasado jueves la sentencia del Tribunal Supremo que confirmaba la permanencia en Aragón de los tesoros del monasterio de Villanueva de Sijena. Según el curioso punto de vista de la Generalitat, esta decisión podría provocar un precedente apocalíptico, una avalancha de reclamaciones administrativas o judiciales en todo el mundo, «desestabilizando todo el mapa museístico». La perspectiva promete. Imagínense el Museo Británico -ese monumento londinense a la rapiña colonialista- medio vacío, porque sus principales obras han vuelto a sus países de origen: Grecia, India, Egipto, Sudáfrica, Nueva Zelanda… en fin, a medio mundo. Lo mismo podría ocurrir con cuantiosas piezas artísticas del Metropolitano de Nueva York, del Louvre de París y de otros muchos centros de negocio con el arte ajeno, esos que te sablean a conciencia.

El turismo cultural quedaría un poco más repartido en el planeta, al igual que los miles de millones de euros, dólares o libras que genera. Algunas grandes piezas, encerradas durante décadas en los museos, quizás regresarían a sus lugares originales y servirían como punto de partida para rehabilitar iglesias y otros edificios en desuso, casi en ruinas, que ya no poseen ningún interés. Incluso podría ocurrir aquí, en Aragón. Tallas, retablos, pilas bautismales, piezas de orfebrería, pinturas murales y otras joyas históricas que fueron sustraídos o arrancados volverían a sus villas de origen, esas que se han quedado casi vacías, como sus iglesias, abandonadas por carecer de valor material. Y así, quién sabe, los pueblos tendrían más razones para resurgir. Bendito precedente sería, sin duda, el de Sijena.