El presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, rehuyó ayer zanjar en un sentido u otro el enfrentamiento de la presidenta de la comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, con el alcalde madrileño, Alberto Ruiz-Gallardón. Tras varios días de llamativo silencio, Rajoy se limitó ayer a decir que forma parte de la normalidad que dos candidaturas se disputen la dirección regional del partido, pero que lo preocupante es que eso trascienda en forma de "espectáculos poco edificantes".

Es una buena noticia que el nuevo presidente del PP asuma que la democracia interna es un valor. Pero las crisis territoriales que afloran en el partido desde que José María Aznar renunció a su liderazgo monolítico, pueden impedir que Rajoy se consolide y siga dando pasos que acerquen la formación hacia el centro. Sobre todo si Rajoy deja crecer la impresión de que sus posturas flexibles son por falta de ganas de distanciarse o enfrentarse con personas bien vistas por Aznar. Mientras los barones multipliquen sus pulsos y desautoricen públicamente a su flamante presidente, que les había instado a pactar, ni empezará de verdad un liderato de Rajoy ni existirá un PP cohesionado y hacia el centro.