El problema vasco es la falta de piedad y de compasión de algunos núcleos de la población nacionalista de Euskadi". Así diagnosticaba y compendiaba la semana pasada una problemática tan compleja Emilio Guevara en la presentación del libro póstumo de memorias El aventurero cuerdo escrito por Mario Onaindía. Falta de piedad y de compasión... Algunos analistas políticos habrán pensado de inmediato que eso de la piedad y la compasión es una simpleza, cargada de sentimentalismo, que no lleva a ninguna parte. Y, sin embargo, quizá con esas palabras se está entrando acertadamente en la entraña más profunda de la condición humana.

Algo similar podría aplicarse al grave problema de la violencia doméstica, del que diariamente aparecen noticias tan preocupantes como tenebrosas (por ejemplo, el hombre que hace pocas semanas mató en Alzira a su exmujer y a dos hijos, al encerrarlos y quemarlos en su casa). También aquí vienen bien unas cuantas simplezas. Por ejemplo, que querer a alguien no depende principalmente de sus medidas estandarizadas o de su parecido a Barbie o Ken, sino del atractivo de su corazón y del brillo de su mirada. O que se pueden tener coches, bolígrafos, bombillas o televisores, pero nunca se posee a las personas, pues éstas se regalan a sí mismas desde la libertad y el amor. Y que amar por obligación o a la fuerza es tan imposible como imaginar un círculo cuadrado o un hierro de madera.

QUIZA SEA necesario decirnos unos a otros, con voz alta y clara y firme, y aunque a algunos les siga sonando a simplezas sentimentaloides, la clase de relaciones amistosas y amorosas que queremos hacer efectivas en la vida real. De hecho, los seres humanos tenemos muchas necesidades, pero quizá la más perentoria sea querer de verdad y ser querido sin condiciones. De ahí que, por encima del afán posesivo de algunos individuos, amar forme parte de lo más genuino de la persona. A veces el amor resulta intrincado, misterioso, nunca termina de desvelar su identidad o descubrir por completo su rostro.

Sin embargo, tarde o temprano todos vislumbramos los destellos rojizos del amor en la línea del horizonte, recién amanecido en nuestro corazón.

Cuando llega, anida en cada amante y hace que éste espere que la quimera se haga realidad: amar del todo y volar libre, querer sin límites y tener siempre los pies sobre la tierra, a veces tan dura. Es decir, todo lo contrario a ese supuesto amor que simplemente se hace, se conquista, se posee, se compra o sólo aspira a ser un elemento más del status social.

El amor ha de inventarse cada día, pues sólo puede ser producto de un acto constante de libre creación: no pretende poseer al otro, sino sólo quererlo como es, respetar sus pasos, impulsarlo hacia su propio destino.

Hay presuntos amores posesivos --violentos-- que fagocitan el alma del otro, enajenan su autonomía, intentan enquistarse en el núcleo de su libertad como parásitos. El amor auténtico, en cambio, se alegra de que el otro sea lo que quiera, sólo lo que quiera y nada más que lo que quiera. Sobre todo que el otro quiera.

AL AMOR verdadero le preocupa poco el futuro, pues descansa plácidamente en cada instante. Liba el néctar de cada caricia, el aroma de cada palabra, el sabor de cada paso compartido, la acogedora humedad de cada entrega. Y es que el amor genuino tiene alma de niño y le gusta jugar a descubrir. Sin reglas, sin medida, sin vallas, sin previsiones.

El amor se muestra sólo a quien se atreve a inventarlo. Nace del corazón limpio y muere en cuanto se lo quiere encerrar en algún sitio. Por eso asusta y seduce a la vez. Por eso algunos trogloditas, encallecidos su mente y su corazón, pretenden solventar los conflictos y las frustraciones mediante la violencia, física y/o psíquica.

El amor tampoco sabe ser mediocre ni tibio. Llena de vida hasta los topes o muere de inmediato, sin aire y sin agua. Todos quieren amar y ser amados. Y a quien no ha conseguido hacer realidad un amor pleno y cabal le queda al menos el consuelo de haberlo intentado, quizá incluso la esperanza de volverlo a intentar un día.

¿Diremos todas estas supuestas simplezas en las aulas, bares, casas, calles o puestos de trabajo? ¿Alimentaremos así la esperanza de que el mundo puede ser mejor, más humano, más libre, más genuino, más cálido?

*Profesor de Filosofía