No sé si saben que próximamente llegará al mercado un paraguas que nos avisará de que va a llover. Sí, lo digo en serio. Es uno de los inventos estrellas de una feria tecnológica de Las Vegas o de por ahí, en la que se presentan esos gadgets sin los que no seremos capaces de vivir en el futuro. En ese futuro en el que cada día seremos más inútiles para lo que antes era un simple contratiempo cotidiano. En el que no podremos sobrevivir sin móvil y sin wifi.

Lo del paraguas que avisa de que va a llover es una idiotez, pero es la clase de idiotez que a nadie le parece extraño que ocupe cinco minutos de tiempo televisivo.

A los niños refugiados que se mueren de frío a dos horas de avión de aquí, en cambio, les dedicamos un minuto raspado; su tragedia ya está muy vista. Repito: se mueren de frío en territorio europeo. No es que queden congelados como carámbanos, sino que contraen neumonías, por ejemplo, de las que no son capaces de recuperarse. Y se mueren. Llámenme demagoga: lo soy. Y como lo soy y lo asumo, déjenme que les cuente otra situación idiota en la que me vi envuelta el otro día. Una que demuestra claramente lo frágil que es esta tecnología en la que nos apoyamos para cada vez más cosas. Estábamos en el pueblo y se fue la luz. Le dije a mi hijo que cogiera una vela para bajar por las escaleras. Me contestó que ya tenía la linterna del móvil. Le dije que qué pasaría cuando se le acabara la batería. Me contestó que pondría el móvil a cargar. Le pregunté que dónde, si no había luz. Se quedó en silencio. Pues eso.

*Periodista