Un año después de la desaparición de Hugo Chávez, Venezuela vive en un estado de agitación callejera que se ha cobrado varios muertos. A su sucesor, Nicolás Maduro, le ha correspondido la difícil tarea de poner en marcha las medidas económicas urgentes que necesita el país, pero la forma de hacerlo solo lleva a más dificultades. Al heredero le falta lo que Chávez tenía a raudales, carisma y habilidad política, déficit que supera con la visión de apariciones místicas y decisiones caudillistas alejadas de cualquier programa económico mínimamente serio. Mientras, el desabastecimiento de productos básicos, desde el pollo al papel higiénico, y el aumento de una criminalidad que ya era de las más altas de América Latina han sacado a la calle a la oposición. Su objetivo es echar al presidente con manifestaciones que se enfrentan a las contramanifestaciones chavistas. A la oposición puede asistirle la razón, pero hay un hecho incontrovertible: aunque fuera por la mínima, Maduro ganó unas elecciones (abril del 2013) ante unos rivales que no pudieron imponerse en las urnas.