Según Tony Judt en Algo va mal, una sociedad para que funcione adecuadamente necesita un sentimiento generalizado de confianza entre sus miembros, y especialmente de estos hacia sus dirigentes. Podemos constatarlo en el pago de los impuestos. Un ciudadano los paga porque confía que su vecino hará lo mismo. Y sin embargo, observamos cómo nuestros conciudadanos más ricos practican el fraude o elusión fiscal. Confiamos también que nuestros impuestos serán administrados por nuestros dirigentes con criterios de justicia y solidaridad para sufragar el gasto público. Y sin embargo, nos tropezamos con una amnistía fiscal, que el Tribunal Constitucional declara inconstitucional y nula por haber beneficiado a los defraudadores mientras se incrementaba notablemente la carga impositiva de contribuyentes cumplidores, actuando en contra de los principios de capacidad económica y justicia del sistema tributario y de promover la conciencia fiscal entre los españoles». Confiamos también que los trabajadores de hoy contribuyan con sus cotizaciones a la Seguridad Social al sostenimiento de las pensiones actuales, como unos lo hicieron antes y otros lo harán en el futuro. Y sin embargo, esta confianza y solidaridad intergeneracional se destruye por la expansión de la ideología neoliberal cimentada en el egoísmo y el individualismo. Ya muchos jóvenes critican el gasto en pensiones.

Me fijaré en la confianza ciudadana hacia sus dirigentes, que va unida a la de las instituciones. Y sin confianza, estas acaban perdiendo credibilidad y, al final, pueden llegar a desaparecer. Un ejemplo lo tenemos con la desaparición de las cajas de ahorro. Insisto sin confianza de los ciudadanos entre sí, hacia sus dirigentes y hacia sus instituciones es una utopía el construir un proyecto colectivo. La confianza se da en mayor grado en aquellas sociedades con menos desigualdades y que por ello suelen ser más cohesionadas. Y por supuesto, esa confianza tienen que generarla especialmente sus dirigentes políticos en sus comportamientos. En su libro Ejemplaridad pública, el filósofo Javier Gomá expresa unas reflexiones al respecto. Toda vida humana es un ejemplo: obra de tal manera que tu comportamiento sea imitable y generalizable en tu ámbito de influencia. Este imperativo es muy importante en la familia, en la escuela, y sobre todo, en la actividad política, ya que el ejemplo de sus dirigentes sirve, si es positivo, para cohesionar la sociedad, y si es negativo, para fragmentarla y atomizarla. El espacio público está cimentado en la ejemplaridad. Podría decirse que la política es el arte de ejemplificar. Los políticos, sus mismas personas y sus vidas, son, lo quieran o no, ejemplos de una gran influencia social. Los políticos dan el tono a la sociedad, crean pautas de comportamiento y suscitan hábitos colectivos. Por ello, pesa sobre ellos un plus de responsabilidad. No es suficiente con que cumplan las leyes, han de ser ejemplares. Con la democracia liberal, se acrecienta todavía más la necesidad de la ejemplaridad del político. Además de responder ante la ley, es responsable ante quien le eligió. Mas la confianza no se compra o se impone: la confianza se inspira. Pero, ¿qué es una persona fiable? La confianza surge de una ejemplaridad personal, o lo que es lo mismo, la excelencia moral, el concepto de honestum. Cicerón en su tratado Sobre los deberes, nos lo define como un conjunto de cuatro virtudes: sabiduría, magnanimidad, justicia y decorum (esta última es la uniformidad de toda la vida y de cada uno de sus actos). ¿Esta ciceroniana uniformidad de vida, incluyendo la rectitud en la vida privada de nuestros políticos dónde está presente hoy?

Hace ya tiempo que no aparece nadie en el panorama político nacional o internacional, que genere ilusión y confianza. Mas no siempre ha sido así. En el siglo XX al frente de nuestras democracias hubo hombres de una talla política excepcional. Dejando aparte sus ideologías políticas, cabe mencionar a William Beveridge, Clement Attlee, Ernest Bevin, Willy Brandt, Franklin D. Roosevelt representantes de una clase política profundamente sensible a sus responsabilidades políticas y morales. ¿Fueron las circunstancias las que produjeron estos políticos o si la cultura de la época condujo a hombres de este calibre a dedicarse a la política? ¡Qué ejemplos de liderazgo! el de Roosevelt que nada más llegar a la presidencia de los EEUU en marzo de 1933, en un momento muy difícil para su país, que parecía cuestionar toda una civilización con millones de parados, cierres de empresas, quiebras de bancos, agricultores arruinados, supo ponerse al frente de su pueblo. Les inyectó confianza para evitar un miedo paralizante, diciéndoles «a lo único que debemos tener miedo es al miedo mismo»; les explicó con claridad su proyecto político y les pidió sacrificios para llegar a una meta segura, impregnada de un profundo sentido de justicia social. Por el contrario, políticamente, nuestra época es de auténticos pigmeos: Merkel, Macron, Juncker, Rajoy. Por ende, inmersos en un miedo aterrador ante un futuro incierto y cada vez más sombrío, estamos desorientados, desanimados, sumisos y cabreados. Y sobre todo, desconfiados.

*Profesor de instituto