En tiempos de recortes, los perdedores siempre tienen la misma cara, la de los desfavorecidos. Y más si están muy lejos y no hay posibles votos por medio que lleven a replantear algunas políticas. El último ejemplo es la clausura por el Gobierno de un tercio de las oficinas de ayuda al desarrollo. Cerrar el grifo a los proyectos en 17 países pobres solo cabe calificarlo de tijeretazo inhumano. La respuesta de las oenegés, con duras críticas a la medida de Exteriores, es un buen barómetro para calibrar la reorientación de una política que, antes del estallido de la crisis, era bandera de una marca España muy distinta a la actual. Hoy, el país está a la cola de la cooperación internacional con un 0,16% del presupuesto del 2013. El argumento de la búsqueda de una mayor eficiencia en la Asociación Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) se revela como demasiado débil, casi una excusa nada convincente, y más cuando la institución ha sufrido un recorte del 70% de su presupuesto en los últimos tres años. Hablamos de proyectos humanitarios, de salvar vidas.