El candidato conservador Jean Claude Juncker puede ser el próximo presidente de la Comisión Europea, lo más parecido a un Gobierno de la UE, aunque la importancia práctica del cargo es relativa. El luxemburgués reúne méritos que encajan a la perfección con el punto de vista liberal: ha dirigido durante casi 19 años un paraíso fiscal legal y se ha curtido en organismos empotrados y parasitarios de las instituciones democráticas como el FMI, sin ir más lejos. Un discurso voluntarista que evita promesas y compromisos, junto a previsiones esbozadas en la arena de la playa y algunas profecías escritas en la alineación de las estrellas completan ese cóctel sucedáneo neoliberal que suplanta a la política, porque ellos viven solo por y para los mercados.

El otro aspirante con posibilidades, Martin Schultz, más un plan B de Angela Merkel que un contrincante real, proviene del mismo partido (¿socialdemócrata?) que el excanciller alemán que dio apellido a la reforma Schröder que ha precarizado el trabajo asolando derechos, y que nos ha sido importada. Si en España una gran coalición PP-PSOE es todavía un globo sonda, dada la gran dispersión del resto de los votos (y no solo de izquierdas), en Europa el avance y grado de unión entre euroescépticos y derecha más dura han consolidado ese pensamiento único bajo el palio del acordado por nosotros, aceptado por todos sin otra ideología que la especulación económica.

Y es que en juego, por ejemplo, está la aprobación del nada transparente Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones entre EEUU y la UE, que afectará a 800 millones de personas y a la mitad del PIB mundial y que eliminará garantías sobre todo en lo referente a seguridad alimentaria en el consumo en favor de la industria.

La retórica de la campaña habla de generar confianza pero en realidad busca ganar tiempo: el necesario para desmantelar entramados sociales y debilitar respuestas. El tren del futuro para y carga en Bruselas, que sin embargo a veces parece estar tan lejos como la Luna. La mejor prueba: el cara a cara español, que casi no cruzó los Pirineos; sin preguntas, sin propuestas, sin Europa, sin debate: apenas un rifirrafe cañí. Periodista