Gestionar bien la inmigración es uno de los retos más importantes que nos plantea el proceso de globalización que se inició a finales del pasado siglo XX. Pero reducir la inmigración, como pretende el globo sonda veraniego del Gobierno,a su dimensión laboral es un error de dimensiones descomunales. La integración completa del inmigrante debe ser el objetivo final de todos nuestros esfuerzos. La cuestión debe afrontarse desde cuatro perspectivas distintas: la económica, la social, la cultural y la ética. El inmigrante necesita en su tierra de acogida un marco social ordenado --en el ámbito sanitario y de previsión, en el educativo y también en el cívico-- que le convierta en un ciudadano en plenitud de derechos y obligaciones. En un elemento verdaderamente útil para esta comunidad. Ello requiere una política de acogida y de asimilación --que hoy por hoy no existe--, la eliminación de bolsas de marginación y explotación y una actitud realista ante un fenómeno que es ineludible y potencialmente explosivo. La indolencia, el atolondramiento y la falta de valentía con la que hemos afrontado la avalancha de inmigrantes ha provocado ya el enorme caos. Un millón de inmigrantes ilegales malviven, enorme inmoralidad, en la precariedad, el temor y la inseguridad. Nadie, sino las mafias, gana con el "papeles para todos". Sólo los imbéciles o los desalmados rechazan hoy la necesidad de control estatal. Por humanidad, por sentido común y por pura decencia es preciso regular la inmigración. Pero sin frivolizar.

*Periodista