En mi opinión, si hay algo que simboliza y caracteriza nuestra época y nuestra sociedad es la idea de red. Y aunque fundamental no solo estoy pensando en la red a la que por defecto nos referimos cada vez más frecuentemente, ya saben: la informática. Además de ella, aunque profundamente influenciada por lo que ella es y supone, el nuestro es un mundo atrapado en redes. Las implicaciones no son menores y alcanzan todos los ámbitos de la vida. O eso, al menos, me parece a mí. Como sabemos una red consiste en la unión e interconexión de puntos, cuanto más similares o asimilables sean dichos puntos mejor funcionará la red. La eficacia de la maquinaria requiere homogeneidad porque la semejanza mejora la conectividad. Nada, nadie ha de ser irreemplazable, todo y todos han de ser intercambiables. El poder se construye así de modo relacional y más que la valía del elemento lo que se mide y aprecia es su capacidad de incrementar el volumen de las relaciones a través de los contactos. No, no es corrupción ni corruptela, es el descarnado funcionamiento del engranaje. Los reyes filósofos y los ciudadanos ilustrados son una reliquia del pasado que cada vez encaja con mayor dificultad. Es la era del hombre-red, que vale tanto como valgan las relaciones que, ocultas o manifiestas, cultive.

El hombre-red vive inmerso en una galería de espejos, los pasos, los contactos habrán de emular los dados por los demás. Como mucho anticiparse, nunca desvincularse. Nadie se atreve a quedar fuera de un grupo, sea partido político, sindicato, club, movimiento, organización… su cobijo es el de la fortaleza de la conexión. En ese contexto el elemento, el hombre apenas se puede permitir tener más principios que los que le consienta la interconexión. Los reflejos, la rapidez, la instantaneidad sustituyen a los principios, más estorbo que otra cosa, a la hora de tomar decisiones eficaces. Si ello supone adoptar conductas anti-humanistas, peor para los pro-humanistas. ¿Quién les aseguro sitio en la red? La clave, creo yo, está en cómo se construye la homogeneidad necesaria del elemento y, en última instancia, del discurso: cambiar y adaptar el conformismo al impuesto por la red. ¿Tiranía de la red? Antes y aun hoy en muchos lugares la idea de tiranía estaba directamente relacionada a la pirámide de poder, a la verticalidad en que llegaban las grandes decisiones. A mi juicio la tiranía se dibuja hoy en horizontal, sus micro y multi-decisiones sustituyen a aquellas. El resultado, entre desconcertante y paradójico, es que la utopía ya no puede ser épica, ha de ser cómoda para que pueda ser llevada a cabo por elementos, individuos absolutamente igualados, homologados, intercambiables en la red y por la red. Solo la exigencia del reconocimiento de ciertas identidades continúa suponiendo un freno en el sistema que, cuando haya sido capaz de integrar todos los factores conseguirá también gestionar con éxito las diferencias creadas y tratadas en serie. En medio, una democracia desgastada por el desfase entre la ideología proclamada y las prácticas reales y una ética de lo instantáneo que apenas engaña a nadie.

*Universidad de Zaragoza