La gestión de la pandemia coincide con el peor momento de la política española. Una crispación de extremo a extremo, la ausencia de un liderazgo que seduzca y una falta de ideas que transformen la sociedad a largo plazo.

Cuando más se necesita que las instituciones sean un pilar robusto de nuestra fuerza moral como sociedad, más división existe. Y desde luego, se encuentran más debilitadas que nunca.

Sólo un ejemplo práctico. Somos un país que aún dibuja su proyección política con los presupuestos de un exministro conservador en un gobierno socialista con tintes comunistas que dejó el cargo hace tres años. Y para más detalle, el recordado exministro se ha reconvertido en tertuliano de la cadena pública.

Ni renovación del CGPJ, ni consenso para el Defensor del Pueblo, ni sintonía para elaborar unos presupuestos con el horizonte del año que viene. Y cuando existe un acuerdo inédito de formaciones políticas tan dispares como irreconciliables para corregir la decisión unánime del Gobierno contra el remanente de los ayuntamientos, el Gobierno se enroca sin negociación prevista. No cabe el acuerdo ni cuando la emergencia es el pan de la ciudadanía.

La sonada derrota (e histórica) en el Congreso de los Diputados del Gobierno de Sánchez por la insistencia de la rebelión de los alcaldes por los remanentes es otro ejemplo.

La forma arrogante de gobernar con el decreto como escudo contra los ayuntamientos que sustentan la base social de millones de españoles o contra la mayoría del Congreso que incluye a los supuestos socios del Gobierno de Sánchez debe hacer rectificar al Ejecutivo.

Sólo cabe pactar una buena solución para los ayuntamientos más necesitados, como en la ciudad de Zaragoza. La responsabilidad de las partes es encauzar un pacto de cooperación para encontrar la mejor salida.

Los gastos generados por el coronavirus empiezan a lastrar las cuentas municipales de cientos de ayuntamientos. Es necesaria una solución, y no un cierre de puertas desde el Gobierno como anticipó la ministra Montero tras la derrota parlamentaria.

Lo decía precisamente el alcalde Jorge Azcón , que emerge sorpresivamente como un símbolo disonante de la imagen más beligerante que presenta el Partido Popular en el Congreso contra todo lo que se acerque a la izquierda. Hasta Kichi desde Cádiz se ha sumado al liderazgo de la rebelión de los alcaldes que ha protagonizado Jorge Azcón.