Las elecciones miden y los acuerdos definen. Son cuestiones complementarias, no antagónicas, que describen el escenario institucional en el que se va a desarrollar la política, y la gestión de la misma, de cara a la ciudadanía. Los votos dan la fuerza. Pero son los pactos, tras las elecciones, los que ponen el volante al vehículo para conducirlo en la dirección deseada por la mayoría conformada. La abstención ante Rajoy definió al PSOE mucho mejor que los comicios de 2016. El acuerdo alcanzado entre Sánchez y Rivera, en febrero de ese mismo año, describió muy bien lo que debía ser Ciudadanos. Y Pablo Iglesias se retrató con Podemos, al forzar una repetición electoral que dio la victoria al PP, antes que apoyar al candidato socialista en la investidura tras su acuerdo con los naranjas. Como ven, han marcado más el futuro de la política española los acuerdos, o mejor dicho los desacuerdos, que el número de diputados. La gallina de los pactos es la que produce los huevos de los escaños. Esa dinámica sólo se pudo romper con el cambio de liderazgo, de la mano de la militancia socialista, que llevó a la caída y resurgimiento del resistente Sánchez. En este caso el pacto (del «no es no») hizo al líder, y no al contrario.

Con estos antecedentes debería extremar sus pasos Albert Rivera. Los acuerdos que le definen como partido, a lo largo y ancho de ayuntamientos y comunidades autónomas, le han puesto donde ha querido. Sus padres y madres votantes no podrán echar la culpa de los suspensos a las malas compañías. Sino a la elección, con todas las consecuencias, de irse de juerga institucional con la derecha acomplejada de Casado y la acongojante del fascismo de Abascal que ya parece «primo de Rivera»... Es el riesgo que ha decidido asumir quien desea, ante todo y contra todo, encabezar la derecha española. Pero cuidado, el trío de Colón se ha convertido ya en un triunvirato. La lucha por el control y la envidia de los triunfos ajenos pasarán factura, interna y externa, a sus componentes. Sólo nos falta por saber quién ejercerá de Craso, César y Pompeyo en este triángulo de poder. Como en Roma, las revueltas internas ya han comenzado. La ruptura de Ciudadanos con Valls en Barcelona marca un punto de inflexión en el guión político de Rivera. El divorcio se produce, además, en la cuna de nacimiento de esta formación. Pero lo más grave es que en el juicio sumarísimo de separación se esgrime como causa, desde Madrid, la concepción europea de Valls, tras apoyar a Ada Colau, en detrimento de los independentistas. El tribunal europeo de los liberales, que preside Macron, ha concedido la nulidad ideológica a Ciudadanos. Lo hace por no haberse consumado el matrimonio de Rivera con el liberalismo avanzado del viejo continente que sí aísla a la extrema derecha.

No deja de ser curioso que la profecía del líder naranja se revuelva contra sí mismo. Cualquier día Rivera escuchará sus afirmaciones como un búmeran político, en forma de meteorito, que regresa amenazando de extinción a su partido. Desde la izquierda se pedirán acuerdos con Ciudadanos siempre que aplique el artículo 155 a la ultraderecha. Incluso se podrían poner en marcha consensos con baronías territoriales que renegaran del Riverismo y apostaran por acuerdos moderados y transversales. También la propia militancia socialista, que se manifestaba en la puerta de Ferraz al grito de «con Rivera no», vería su mensaje refrendado, en positivo, una vez consumado el regreso a la sensatez de la naranja política: «Sin Rivera, sí». Los acuerdos preferentes del PSOE están en la izquierda, pero deben ser posibles, también, con un liberalismo de corte europeo. Veremos qué sucede una vez que, en los territorios controlados por el triunvirato de Colón, los desórdenes hagan peligrar el liderazgo de Albert. Los poderes económicos del país no pueden poner en cuestión su estabilidad por el hecho de que una joven promesa de la política quiera aspirar demasiado alto. Si Rivera pretende ser califa, en lugar del califa, demostrará que su papel es el de Iznogoud. Ese maravilloso personaje de los franceses Goscinny y Tabary que reflejaba la torpeza de la maldad fracasada. Por eso los autores de estas historietas compusieron su nombre jugando con las palabras inglesas He´s no good. Todo un indicio.

Finalizada la constitución de ayuntamientos nos adentramos en los gobiernos autonómicos. Si el guion no da un giro inesperado, el triunvirato de Colón puede anudarse con riesgo al cuello de Ciudadanos. Sería su propio cordón sanitario el que le llevara a la asfixia política. Tanto por la escasez de oxígeno propio como por el que le ha regalado a sus colegas de la triple alianza. De nuevo, desde Francia, llega una revelación que dejó escrita, en la novela publicada en 1782, Pierre Choderlos de Laclos. Se titula: Las amistades peligrosas». ¿No son demasiadas señales? Como diría Fernando Arrabal, me temo que debo anunciar a los ciudadanos que «el Riveranismo ha llegado». <b> * P</b>sicólogo y escritor