E l llamado «problema catalán» se ha convertido con el tiempo en una máquina de retratar responsables públicos. Una vara de medir más fiable incluso que la crisis, también muy potente a la hora de mostrar la incapacidad de aquellos que supuestamente nos han representado estos años en las instituciones. Eso sí, como avisa el periodista y escritor Gillem Martínez, el procés es sin embargo una «bicoca» para los políticos. «Les otorga honor y estabilidad a cambio de nada, de palabras». Algo que ocurre, claro, en los dos frentes. En Madrid, donde Rajoy y los suyos solo saben usar «la ley como una apisonadora», como define el periodista Juan Carlos Escudier; y en Cataluña, donde el oportunista Mas dejó paso al kamikaze Puigdemont --ambos acorralados por la CUP y ERC-; todos convencidos ahora de tomar la poco democrática senda de la imposición.

Como es sabido, los errores vienen de muy atrás, de cuando en la mitificada transición no se atrevieron a llamar a las cosas por su nombre (Comunidad Autónoma Vasca antes que País Vasco o Euskadi). Así, para huir de los federalismos y similares se inventaron «el Estado de las autonomías», que ni sí ni no; y para decir que catalanes, vascos y gallegos eran diferentes nos hicieron diferentes a todos. Eso sí, para distinguir, por lo bajini se sacaron de la manga dos vías de acceso a la autonomía: una rápida y otra lenta. Una cadena de despropósitos y pasos intermedios para confundir y marear.

Desde entonces se han echado en falta políticas valientes para afrontar el conflicto. En Madrid ha crecido con los años un monstruo que por tierra, mar y aire ha preferido rentabilizar electoralmente en el resto de España su intransigencia; mientras en Cataluña el movimiento secesionista ha acabado con cualquier atisbo de empatía por no saber desprenderse de ese deje de superioridad que tan pocos apoyos le ha reportado (también fuera de España). No han sabido emocionar ni seducir al resto, ni convencer, ni siquiera han querido esforzarse. El resultado es conocido: yo te monto en octubre una república en 48 horas; yo te la desmonto en 24.

En esta competición por ver quién tiene el autoritarismo más grande hasta la idea inicial y básica de si es legítimo que un pueblo o territorio determinado pueda plantearse si quiere o no ser independiente ha perdido su sentido. Dijo una vez el escritor Rick Riordan que siempre hay una salida para los que tienen la inteligencia de encontrarla. Pero no es el caso. H *Periodista