La dimisión del Gobierno de Ucrania y la derogación de las leyes especiales para reprimir las protestas que están creciendo por todo el país llegan demasiado tarde, cuando la revuelta popular ni da signos de fatiga ni considera suficientes las medidas anunciadas. Ucrania vive una crisis política mayor incluso que la del 2004, cuando acabó triunfando la revolución naranja, aunque en poco tiempo aquel triunfo se tornó en un fracaso. El origen inmediato de esta crisis está en la negativa del presidente Yanukóvich a firmar el acuerdo de asociación con la UE y favorecer en cambio la entrada del país en una unión aduanera capitaneada por Moscú. La UE no puede abandonar a quienes ven su futuro vinculado a Europa. Por eso debe reclamar el fin de la violencia, apoyar los acuerdos entre Gobierno y oposición y exigir a las autoridades el fin de la represión. Sin embargo, Bruselas debe ser muy cuidadosa. Todas las fuerzas beben en el nacionalismo ucraniano como oposición a Rusia, pero en el caso del partido Libertad sus postulados xenófobos y ultranacionalistas son totalmente contrarios al espíritu europeo.