El nacimiento del primer aragonés --el hijo de una mendiga rumana, probablemente de paso-- es todo un paradigma de una región que seguramente ha dejado de ser un problema, pero tiene todavía no pocos problemas. Y de los peores, que son los crónicos. La falta de liderazgo de los actuales dirigentes políticos y sociales, que siempre se evidencia en los banales mensajes de fin de año, es seguramente el más hiriente de ellos. No sobra precisamente el fuste intelectual entre nuestros rectores.

Tampoco acaba el año con un derroche de sentido común en algunas instituciones tan significativas como el Ayuntamiento de Zaragoza. En la casa consistorial, lejos de apresurarse a asumir de una vez que su papel no se reduce al una gran empresa prestadora de servicios ciudadanos, andan enredado gobierno y oposición en el y tú más habitual. Escaramuzas sin grandeza, para un año --¡en el que hay que conseguir la Expo!-- que exige acuerdo político y conjunto empuje social.

Seguimos dominados por las pasiones negativas que han jalonado dos siglos de historia de la región. Esto nunca ocurre por casualidad. Lo sabemos por regiones vecinas que tantas veces nos han servido de inútil modelo. Pero nadie ha presentado todavía esa visión viable y generosa de un Aragón unido en lo fundamental, respetuoso en la discrepancia, maduro y firme en sus metas y objetivos. En esto nos queda a todos no poca tarea por delante. Buen propósito de enmienda, por cierto, para un feliz año 2004.

*Periodista