Los nuevos dueños de la factoría de Opel España debían tener referencia de cómo era la labor sindical en Figueruelas, pero ahora la han visto en primera línea, y no es lo mismo. Lo han vivido en la negociación contrarreloj de un convenio que a día de hoy se ve mejorable pero también empeorable. Llegaron con muchas intenciones los de PSA y un plan estratégico que requería de firmeza empresarial abriendo así un conflicto laboral de manual. Los trabajadores se resisten a un recorte que es respondido con un órdago de deslocalización y un ultimátum por parte de la compañía. Podía ser una amenaza o una realidad, pero es muy difícil que ocurra porque Opel no tiene capacidad a corto plazo para absorber la producción industrial del Corsa. Una retirada gradual puede ser, pero ahí entran en juego muchos factores, como las administraciones y la responsabilidad social. Los sindicatos en Opel han demostrado en toda la historia de la fábrica que han sabido asumir cualquier revés, pero no a cualquier precio. Buena parte del éxito de Figueruelas reside en los sindicalistas --ahí está el preacuerdo-- pese al rechazo que a veces han tenido de la plantilla --quién sabe si hoy--. Los sindicatos son conscientes que Opel tiene problemas de negocio en Europa, que el crossover no está siendo su punta de lanza, que su posición en el coche eléctrico sigue siendo residual o que la robotización --que amenaza la mano de obra-- está muy verde. PSA debe contar con los sindicatos para resolver, avanzar y crecer. Ellos son los más interesados en que la planta siga, y sea fuerte. En esta guerra el más damnificado siempre es el trabajador y la legislación acaba abriéndose a los recortes. PSA tiene en Aragón unos grandes aliados: una mina de empleados, aunque sean caros, y unos sindicatos que ponen en valor la fábrica. Un lujo.