No hay informativo que no se inicie con el último dato más actualizado del coronavirus. E incluso se realizan los perfiles más exhaustivos de las víctimas de un virus con corona que, poco a poco, reina en nuestro día a día.

El énfasis generalizado en los medios de comunicación por la situación del coronavirus en España, como si de un partido de fútbol se tratara con su minuto y resultado, promueve una sensación amplia de desinformación --curiosa paradoja-- y de excesivo alarmismo.

Lo cual, cuando la enfermedad es tan real con cifras que apabullan lo inmediato no es la incertidumbre sino la invasión del miedo. Y con ello nuestra toma de decisiones se desestabiliza por influir en exceso las emociones sobre una amenaza de la que pocos sabemos.

La compra en masa de mascarillas quirúrgicas, la renuncia a asistir a grandes eventos por la afluencia congregada o, incluso, hasta el extremo de cancelar viajes planificados aunque no sean potenciales zonas de contagio. No hay lógica en una decisión fundada en el miedo.

La deriva que adoptan las personas ante la propagación del coronavirus hace que sea sumamente difícil equilibrar la balanza de la tranquilidad. El coronavirus está actuando de cisne negro en la economía mundial hasta el punto de provocar reacciones histéricas en los índices bursátiles o provocando pequeñas recesiones regionales.

Todo es fruto de una inestabilidad provocada por el pánico. Entre todo el alarmismo no emerge, lamentablemente, un halo de esperanza por la fiabilidad que aporta el sistema sanitario de los países desarrollados. El miedo corre más que el virus. Y la confianza se tambalea.

La única certeza que provoca la invasión de un virus desconocido es que somos igual de vulnerables que siempre. Es el síntoma que nos muestra el coronavirus cada día.

La debilidad de una sociedad que, pese a los avances médicos o las revoluciones tecnológicas, se cree con el poder de ser infalible. Cada vez se alimenta más una sensación de dioseidad en nuestra sociedad que nos inocula un sentimiento de invulnerabilidad desmedido.

Al final, tanto en la crisis del ébola, del coronavirus o en la próxima que nos asolará, seguiremos combatiendo los imprevistos que nos amenazan.

Pero después de todo, seremos lo que siempre hemos sido: seres humanos con múltiples debilidades ante las amenazas de nuestro entorno. No seremos nunca infalibles.