La ultraderecha ha tenido en España un crecimiento vertiginoso. En los últimos meses se ha discutido sobre las maneras de contener su aumento. Hemos visto comparaciones con otros países, análisis de las respuestas de medios y partidos, taxonomías de la derecha populista, advertencias sobre su eficacia propagandística.

Buena parte de esa discusión es bienintencionada. Pero otras veces el debate es instrumental y oblicuo. La discusión se convierte en una forma de acusación: a Ciudadanos y el PP por no distanciarse; al PSOE por estimular el crecimiento de la fuerza que dirige Abascal: normalización unos y focalización el otro.

Vox es un partido cafre, rompe consensos y su presencia en las instituciones reabrirá debates que creíamos superados. Puede modificar posiciones de los otros partidos (no solo la derecha). Extiende la demagogia y los prejuicios, y combina un discurso alarmista y quejumbroso con alardes de crueldad, como si la humanidad solo se aplicara a algunos.

El debate legítimo sobre el cordón sanitario, originalmente centrado en los gobiernos, se traslada de manera forzada a la mesa del Congreso, y la izquierda pide que PP y Cs contribuyan a la exclusión de Vox. La paradójica demanda de veto en nombre del pluralismo es discutible.

Vox es la tercera fuerza; la han votado 3,5 millones de personas. Tácticamente, no parece muy eficaz: ofrece un argumento más al relato victimista de Vox y les permite presentarse como distintos a los demás partidos. Las instituciones domestican; el desempeño concreto muestra tu inexperiencia, tus errores y contradicciones. Los argumentos de Vox deben derrotarse como los de otros partidos; quizá haya que discutir de nuevo sobre algo que creíamos decidido: es tedioso pero no infrecuente. Debería ser una ventaja saber que están equivocados. Pero en realidad la discusión no trata de eso.

El objetivo del debate de la Mesa del Congreso es colocar a la derecha en una posición incómoda. No pretende desgastar al antagonista, sino al rival más próximo. No es un cordón sanitario que se lance para aislar a Vox; es una trampa para que el centro derecha trastabille. Se trazan líneas rojas que solo valen para los demás: Podemos y ERC son socios deseables esta semana, y se pide al PP que vaya contra sus intereses estratégicos. Si no lo hace, se confirma la sospecha: no existe una derecha moderada; solo versiones más o menos descafeinadas de la ultraderecha. Se presenta como una preocupación democrática, pero es básicamente marrullería.