Era al principio de los ochenta cuando Margaret Thatcher dictó una sentencia de acero: "No hay alternativa". Su capitalismo salvaje de desregulaciones, privatizaciones y cancelación de derechos sociales se concentró bajo esa máxima que, convertida en mantra, continúa invocándose y repitiéndose más de tres décadas después. La política supeditada a la especulación financiera y los números macroeconómicos sustituyendo a las personas de carne y hueso siguen empujándonos a todos por la senda de un embudo sin fin.

Hoy en día son muchos los herederos de ese sistema único. Uno de ellos, Jean-Claude Juncker, acaba de demostrar que la incongruencia es como la energía: no se destruye, solo se transforma. El presidente de la Comisión Europea ha exigido "curas de austeridad" a los países de la zona euro mientras en el suyo, Luxemburgo, promovió un impuesto de sociedades que tributaba un máximo del 2% frente al 35% de EEUU, el 33,9% de Bélgica, el 33,3% de Francia o el 30,2% de Alemania, y cuya primera consecuencia es la desigualdad social.

En España, el problema se agrava por la corrupción que, según Transparencia Internacional, es de carácter "político" y tiene "complicidad empresarial". Además, su percepción en la población se ha agudizado en 21,5 puntos en solo un mes (es del 63,8%), según el CIS de noviembre. Frente a esto, el Gobierno presenta como nuevas (y con menos convicción aún) medidas de transparencia que ya planteó sin tan siquiera entrar en vigor hace año y medio; y su discurso injustificadamente triunfalista tiene que ver más con la fe ciega que con las razones fundadas.

Thatcher también proclamó en aquella época suya de absolutismo que la sociedad había muerto y que, como mucho, solo quedaba la familia. Palabras de la Dama de hierro que hoy parecen haberse oxidado frente al contrastado auge de iniciativas que son el reflejo de plataformas y movimientos ciudadanos de fondo. Pasa el tiempo y, como sostiene el también británico Ken Loach, "desafiar a la ortodoxia es cada vez más difícil". Pero se puede. Y quizá por ello, a sus 78 años, el comprometido cineasta añade: "Estoy harto de escuchar que no hay esperanza". Periodista