España de teatro, pandereta y chuflas. Cuánto nos gustan las recreaciones históricas, el disfraz y el hacer ruido. Este sábado pasado se llenaba el aire, del centro de Zaragoza, de pólvora con disparos secuenciales paralizando el desplazamiento y la respiración de los viandantes, en un intento de recrear los asedios que vivió la ciudad por las tropas napoleónicas. Estos bullicios con desfiles militares y toda la parafernalia instalada por este motivo, no sé qué significan o qué pueden aportar a la ciudadanía, quizá distraimiento, porque realmente es una fiesta de interpretación con trajes vistosos para todas las edades, pero dado lo lucido del espectáculo, más bien nos evoca lo que pudo haber sido el no ofrecer resistencia a los franceses y sumarnos a su ilustración, a esa corriente cultural europea que supuso el detonante de la Revolución Francesa con una clara finalidad: disipar las tinieblas de oscurantismo mediante la luz de la razón sin producir monstruos, pero, sin quererlo, la utopía me lleva al Romanticismo y, lo cierto es que, la realidad fue otra. Si la intención de la fiesta de los Sitios es demostrar lo valientes que fuimos defendiendo la ciudad cuando Napoleón quiso ampliar su imperio conquistando Zaragoza, sin la aquiescencia del pueblo aragonés, ya lo sabemos, como también sabemos las atrocidades que se dieron, lo podemos constatar en los grabados de Los desastres de Goya, en los paisajes del pintor italiano Fernando Brambila y en las crónicas del general francés, pintor y litógrafo Louis François Lejeune, este describía la escena de dolor que producía, ver desfilar a las tropas españolas con un fondo de miles de cadáveres camino de Francia para realizar trabajos forzados, entonces para qué festejar estos hechos.

*Pintora y profesora