Poco ha publiqué el artículo La trampa de la diversidad, título del libro de Daniel Bernabé. La tesis expuesta es clara. La diversidad, la cuestión identitaria, las diferencias han servido como camuflaje de la desigualdad.

Para profundizar en el tema, me fijaré en Nancy Fraser, politóloga, filósofa y feminista norteamericana, reconocida a nivel internacional. Para ello, recurro a su artículo Saltar de la sartén para caer en las brasas. Neoliberalismo progresista frente a populismo reaccionario, del libro El gran retroceso. Un debate internacional sobre el reto urgente de reconducir el rumbo de la democracia. Y a una entrevista de la revista Sinpermiso, sobre el auge del populismo. ¿Podemos entender el populismo sin llamarlo fascista?

Habla de neoliberalismo progresista (NP), lo que parece un oxímoron, pero es un posicionamiento real, aunque perverso. El NP está representado por el Nuevo Laborismo de Blair, el Nuevo Partido Demócrata de Clinton, el Partido Socialista en Francia. Se caracteriza por la combinación de políticas económicas regresivas y liberalizantes con políticas de reconocimiento, en principio progresistas. A nivel económico: libre comercio (del capital) y finanzas desregularizadas (lo que facilita a inversores, bancos centrales e instituciones financieras mundiales imponer a los estados políticas de austeridad con la excusa de la deuda). Por el lado del reconocimiento se defiende el multiculturalismo, el ecologismo, los derechos de las mujeres y LGBTQ. Pretensiones compatibles con la financiarización neoliberal, al ser meritocráticas, no igualitarias. Tratan de asegurar que unos cuantos «con talento» de «grupos infrarrepresentados», como de las mujeres, puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase. Lo que no se dice, es que mientras esta minoría «rompe el techo de cristal», los demás siguen atrapados en el sótano. Así, el NP articula una política económicamente regresiva con una política de reconocimiento aparentemente progresista. La vertiente del reconocimiento ha funcionado como coartada del lado económicamente regresivo. Así el NP se presenta como cosmopolita, emancipatorio, progresista y moralmente avanzado -en oposición a unas provincianas, retrógradas e ignorantes clases obreras-.

El NP incrementó la desigualdad, y la prosperidad principalmente al 1%. Los perdedores: las clases trabajadoras del norte; los campesinos del sur, endeudados masivamente; y una creciente precariedad urbana mundial. El populismo es una revuelta de los perdedores del NP, que votaron a Trump, el Brexit, a Modi o al M5S, porque la izquierda no supo o no quiso o no pudo darles respuestas. La izquierda no debe etiquetar a esos votantes por el populismo con el epíteto de racistas y renunciar a recuperarlos. En EUA, 8,5 millones que votaron a Obama en 2012, en 2016 lo hicieron a Trump, de los cuales muchos son trabajadores del cinturón industrial, que sufrieron masivamente la desindustrialización y la precarización.

La mejor manera de reconstruir la izquierda es resucitar la vieja idea socialista del «Programa de Transición» de la IV Internacional, elaborado por Trotski, y dotarla de un nuevo contenido para el siglo XXI. Hoy no podemos decir que vamos a socializar los medios de producción y que así conseguirán trabajos seguros y bien remunerados. Esta retórica está agotada. Lo que necesitamos son mejoras en la vida de las personas aquí y ahora trabajando en una dirección contrasistémica, decantando la balanza en el poder de clase en detrimento del capital. Tales reformas no pueden centrarse exclusivamente en la producción y en el trabajo remunerado. Necesitan abordar igualmente la organización social de la reproducción -la provisión de educación, vivienda, cuidado médico, cuidados infantiles, de personas mayores, medioambiente, agua, servicios públicos, transporte,- y el trabajo no asalariado que sostiene a las familias.

La campaña de Bernie Sanders tenía ideas que apuntaban en esta dirección: salario mínimo a 15 dólares la hora, «Medicare para todos», matrículas universitarias gratuitas, división de los grandes bancos, todas ellas, medidas conectadas con el empleo. Sus ideas no estaban completamente desarrolladas, pero eran un inicio de una alternativa populista de izquierdas para los EUA.

La izquierda necesita pensar en las finanzas y la banca. Robin Blackburn sostiene que las finanzas deberían ser un servicio público, como solía serlo la electricidad, lo que significa ser públicamente poseídas y distribuidas. Las decisiones sobre el crédito, dónde invertir y qué proyectos financiar, deberían tomarse democráticamente sobre la base no de la tasa del rendimiento, sino del valor y de la utilidad social.

Cuenta Zizek que un viejo anticomunista de izquierdas le dijo que lo único bueno de Stalin fue que asustó a las países occidentales, y se podría decir lo mismo de Trump: ha aterrado a los progresistas. Los países occidentales aprendieron la lección y desarrollaron el Estado de bienestar. ¿Nuestros progresistas de izquierda de hoy serán capaces de hacer algo parecido? La victoria de Trump ha creado una situación política totalmente nueva, lo que posibilita una izquierda más radical. Citando a Mao: «Hay desorden bajo el cielo, luego la situación es excelente».

*Profesor de instituto