Juegos Olímpicos de Sochi ya han subido al medallero. Al medallero de los excesos. Aunque estamos ante unos Juegos de invierno, son los más caros de la historia. Son posiblemente los más corruptos, con más accidentes y con mayores daños medioambientales. Y son los que tienen unas medidas de seguridad más extremas, que han convertido a Sochi en un auténtico búnquer dada la amenaza de atentados suicidas procedentes de los conflictos mal resueltos del vecino Cáucaso. Para la política neoimperial de Vladímir Putin, tanta desmesura es necesaria. Lo es cara a los rusos, para fomentar la adhesión incondicional al Kremlin. Y lo es para asombrar al mundo. La reciente puesta en libertad de presos políticos no esconde la falta de democracia y la violación de libertades en Rusia, puesta de manifiesto en leyes recientes como la que afecta a los homosexuales o contra la blasfemia. Si en algún momento hubo un ideal olímpico desde la reinstauración de los Juegos por el barón de ,Coubertin, Sochi recuerda que el negocio y la propaganda política cuentan, y mucho.