Llega el fin de semana con las fotos y los vídeos. Vivir con eso. Olvidar eso. Toda esa memoria flash que se va esparciendo por las conciencias. Llega el fin de semana, especie de tregua en el devenir absurdo, ir a comprar, estrés de estanterías y tarjetas que saben lo más íntimo de cada cual, bandas magnéticas del estado del fin de semana, una cinta de Moebius llena de anuncios, a cual más bonito, que venga el buen tiempo, que haya paz al menos en el cuarto de baño.

Y la liga, tan emocionante, tan de bares y árbitros y primas a terceros, tanto dinero desparramado sobre el tapete verde de los estadios, carreras de motos, conciertos, expos, encaje de bolillos, excursiones.

Cosas que hacer mientras llegan las fotos en color, la foto de la soldado que lleva a un iraquí con la soga al cuello, la liga, el IBI, el IVA, el mes del IRPF y las imágenes de anónimos torturados, ese hombre con la soga al cuello, sin familia ni crédito. Occidente se ha puesto con la soga al cuello, llega el fin de semana para ver las fotos a color, y quiera el caos que no ocurra una --otra-- masacre, que se ve venir, porque sólo con un clímax del horror se disipa y se dispersa tanto espanto, por elevación. En este rincón de la retaguardia vamos tirando en el segundo año de la invasión, sin entender nada, sin descodificar los telediarios, que no nos invadan a nosotros también, el cuarto de estar, el último reducto de los nervios cruzados. Llega otro fin de semana de la era de Mesopotamia, hay que contratar las vacaciones, hacer un seguro para esto y lo otro, los exámenes, colegios, recargar los móviles, ir a comprar, formatear el disco duro, olvidar todo esto que se nos va apoderando, este sinsentido que ya va siendo el espíritu de estos años, de cuántos años, leer un manual de instrucciones para desenroscar el tape del tubo del dentrífico.

Fin de semana con la soga al cuello: el ser humano va arrastras, despojado de toda su ingeniería, de la modernidad, de sus presuntos derechos, va al final de la cuerdica, con una bolsa en la cabeza, y no tiene nombre, ni familia ni historia ni futuro. No hay manifestaciones por esos seres sin rostro, no merecen ni un mal sms.

Y esa vejación ejecutada por los buenos sin más fin que obtener un álbum de fotos, un cd, da el estado del mundo.

*Periodista y escritor