Los principios de la Ilustración francesa siguen enraizados en una sociedad como la nuestra. Si bien el pulso entre libertad e igualdad define y matiza actitudes políticas e ideologías, la importancia de la cooperación social proviene tanto del concepto cristiano de obligación moral, como del secular, asociado desde Kant a un ser racional. Y en este punto, como decía Jesús Ibáñez, la solidaridad sustituye con ventaja a la fraternidad.

Mientras que la fraternidad es mecánica y funciona por semejanzas, la solidaridad es orgánica, comprende las diferencias y la complejidad de la convivencia, y sale del ámbito familiar. Desde esa sensibilidad, este verano 146 niños saharauis provenientes de campos de refugiados se han beneficiado en Aragón del programa Vacaciones en paz, fruto del empeño de cinco organizaciones no gubernamentales, la colaboración de las instituciones y, por supuesto, las familias de acogida, replicando iniciativas como la de los niños de Chernóbil que se pusieron en marcha tras el desastre nuclear del 86.

La preocupación por los demás fortalece la democracia y enriquece la perspectiva, y más en un momento en el que la gestión de la crisis ha convertido a España en el segundo país de la UE en pobreza infantil (solo nos supera Rumanía). Lejos de abordar de frente este grave problema, el PP se descolgó en junio con no abrir en verano los comedores escolares para niños de familias sin recursos para evitar "excesiva visibilidad", fiel a esa falsa moral que creíamos superada que prefiere esconder lo que avergüenza antes que reconocerlo.

El portavoz popular Rafael Hernando llegó más lejos, responsabilizando, sin más, a los padres, y derivando después soluciones hacia unas oenegés que reciben el 30% menos de dotaciones públicas desde la crisis y temen perder otro 20% en los próximos dos años.

Richard Rorty dejó escrito que la solidaridad nace de un sentimiento de rechazo a la crueldad. También conocemos la raíz científica de la empatía, la capacidad de las personas para reducir su egoísmo y compartir las emociones. Pero ojo, nada que ver con la compasión como solución, institucionalmente insuficiente. Y más cuando se trata de niños. Periodista