El 31 de julio, el mítico Estadio Olímpico de Berlín, el mismo que albergó los Juegos de 1936 ante la mirada de Hitler, renació de sus cenizas en una ceremonia que sirvió para exorcizar su pasado nazi aunque siga siendo uno de los mejores ejemplos de la arquitectura del III Reich. Cuatro años de trabajos y 242 millones de euros lo han dejado como un primor para celebrar el Mundial de Fútbol de 2006. El de Berlín, con los más de 40.000 millones de las antiguas pesetas invertidos en las 76.000 localidades cubiertas, es sólo uno de los supermodernos estadios que se están construyendo en Alemania para este fin, porque a pesar de la recesión económica las exigencias del producto fútbol parecen ilimitadas.

Si el estadio de Berlín fue un alarde de megalomanía, los que se construyen desde comienzos de los 90 son toda una demostración de poder financiero. La renovación de los viejos campos de fútbol se ha convertido en un manual de pelotazos urbanísticos, cuando no en una mala utilización de los presupuestos públicos. En Zaragoza, la cuestión aún está en origen embrionario, pero habrá que atarse los machos cuando pase al estadillo dos, cuando haya que diseñar los palcos de los invitados ilustres. El flamante Anoeta de San Sebastián se ha quedado caduco antes de los diez años. La Real Sociedad quiere ahora 10.000 asientos más y cuatro torres de usos terciarios. Mientras el alcalde se lo piensa, la directora de Proyectos Estratégicos del club hace estudios sobre la sensibilidad de los donostiarras con la Real. Da igual que haya descendido el número de socios.