Nadie duda del recorrido casi eterno del liderazgo de Pedro Sánchez en el PSOE. Su forma de hacer política antes del destierro de su partido hasta habitar en el Palacio de La Moncloa como presidente del Gobierno acalló todas las críticas por asentimiento. No hay quien le tosa en su partido. El sanchismo mitificado en las bases es un holograma omnipresente en el smartphone de cada barón socialista.

El rugido de la campaña electoral de 2023 se atisba con un Pedro Sánchez pletórico por haber sido el único mandatario europeo que haya capeado las mil y una tormentas imposibles. El eslogan para revalidar la presidencia ya se está ingeniando en la sala de maquinas de Iván Redondo: del «haz que pase» al «sólo Pedro».

Sánchez tiene carril hasta para hacer piruetas. Tanto por la inexistente sombra de los barones, los cuales ya tienen bastante con perfilar sus candidaturas o la de sus delfines para optar a revalidar el liderazgo de sus feudos sin el rechistar de Sánchez. O por la ausencia de un mensaje bien trazado de la derecha que aún no le capacita para ser la alternativa.

El poder por el poder de Sánchez le capacita como a un estratega servil a si mismo sin tener un muro que le frene. La precisa imagen empieza de lo que Sánchez piensa de si mismo. Nadie hay como él.

La degradación institucional de su Gobierno, desde el inconsistente argumento de Ábalos con la número dos de Maduro a la purga autorizada por Marlaska en la Guardia Civil, amparan las artimañas de Sánchez para apuntalar el iliberalismo que anhela. España puede ser una democracia aunque no se gobierne democráticamente con principios fundacionales de un Estado liberal.

Está todo visto con el sanchismo. Se puede pecar cientos de veces desde el Ejecutivo que Sánchez insistirá en la razonada perversión de que no hay nadie más que él. Y habrá bula electoral para el PSOE. Sánchez ha retado al sentido común cada semana o ha dado carta de naturaleza a lo más inapropiado e incierto del nacionalismo. Y aún está vivo.

Todo empieza y termina en las aspiraciones de poder de Sánchez. El escenario de la política actual con el todo vale es donde mejor se desenvuelve: deslealtades, mentiras o la ausencia de escrúpulos en un parlamento tan polarizado como inaudible. Ni el mismísimo Felipe González o los barones más longevos del sillón autonómico saben cómo remover a Sánchez de la perpetua presidencia que se atisba.