El 3 de abril de 1968, un día antes de su asesinato, Martin Luther King apareció sonriente en la terraza del motel Lorraine (en la ciudad estadounidense de Memphis) posando para los periodistas. Le acompañaban otros conocidos líderes (entre ellos el reverendo Jesse Jackson), que -como él- luchaban por la igualdad de derechos civiles de los afroamericanos en los Estados Unidos.

Porque para vergüenza del conjunto de la población estadounidense, la nación que en 1945 había obtenido la victoria sobre Hitler y sobre su gobierno de terror nazi -causante de millones de víctimas, la mayoría de ellas judías, en inhumanos campos de concentración-, mantuvo hasta bien entrada la década de los setenta (en muchos de sus Estados) leyes de segregación racial, que relegaban a las personas negras a la condición de ciudadanos de segunda, les privaba de muchos de sus derechos, y aún los consideraba, incluso, como intelectual y laboralmente inferiores a los blancos.

De este modo, desde finales del siglo XIX y las últimas décadas del XX, en virtud de las leyes denominadas Colored Only (Solamente negros, mestizos y mulatos) «White Only (Solamente blancos), en los bares, restaurantes, teatros, salas de cine, transportes públicos... figuraban carteles con dichos rótulos. Se trataba con ellos de restringir el uso de puertas, acotar el uso de espacios y asientos, y hasta los empleos a los que se podía acceder en las ciudades, según se fuera negro o blanco. Las personas negras estaban obligadas, además, a sentarse en los asientos traseros de los transportes públicos, y a ceder los suyos a las personas blancas, en el caso de que todas las plazas estuvieran ocupadas.

Y fue por causa de aquellas leyes de segregación racial (Colored Only) por lo que, a menudo, se tiende a utilizar, aún hoy en día, el término “persona de color”, para referirse a una persona negra. (¿De qué color? cabría, entonces, añadir). En realidad, se trata de un eufemismo que lleva implícito un social sentimiento de culpa por la Trata de Esclavos, que desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XIX (en el caso de nuestro país, la esclavitud fue legal en la colonia de Cuba hasta 1879) llevó a más de doce millones de africanos a América. África se convirtió así en la tierra de los «Negros», nombre que -en español- recibían, internacionalmente, los esclavos procedentes del continente africano.

Por lo demás, el inicio del movimiento por la igualdad de los derechos civiles en los Estados Unidos fue anterior a Martin Luther King (basta recordar, por ejemplo, al jamaicano Marcus Garvey, fundador en 1916 -en los Estados Unidos- del periódico Negro World), y su actividad, paralela a la de otros importantes líderes, como Malcolm X, asesinado en 1965 en Nueva York. Y de entre quienes iniciaron la estela surcada posteriormente por ellos, destacó James G. Thompson, joven afroamericano de 27 años, camarero de un restaurante de Kansas, quien en febrero de 1942 inició el movimiento Doble V, por una doble victoria: la primera (exterior), en favor de la democracia, contra las Fuerzas totalitarias del Eje [la Alemania de Hitler, la Italia de Mussolini y el Japón del emperador Hirohito] y la segunda (interior) contra el racismo. Batalla, esta última -que preconizaba Thompson- se estaba librando en la propia nación, en las escuelas segregadas, en la prensa, en las asociaciones civiles, y hasta en el seno de cada hogar de los ciudadanos de los Estados Unidos. “¿Debo resignarme a vivir el resto de mi vida como sólo mitad estadounidense?” -se preguntaba Thompson en una carta enviada al Pittsburgh Courier el 31 de enero de 1942-. Su justa reflexión se basaba en que la victoria de la democracia, acabada la II Guerra Mundial, abría una nueva y esperanzadora concepción del mundo, basada en la libertad y la ruptura de barreras, bajo el principio del nacimiento de sociedades solidarias, estructuradas en torno a la activa colaboración entre hombres y mujeres, independientemente de su color de piel, procedencia, o creencias religiosas.

El 4 de abril de 1968, cuando contaba con tan solo 39 años de edad, una bala arrebataba la vida de Martin Luther King (Estados Unidos celebra en su memoria como festivo cada tercer lunes de enero, fecha próxima a la de su nacimiento: 15 de enero de 1929), pero no su ideal de paz, tolerancia y entendimiento entre las personas, indistintamente del color de su piel. “I have a dream” (Tengo un sueño), sigue siendo el lema que impregna de esperanza nuestras vidas. La verdadera revolución personal que nos acerca a nuestras esencias como seres humanos, que no son otras que la caridad y el amor.

*Historiador y periodista