No hay duda de que 30.000 parados menos es una buena noticia, como lo serían 20.000 o 40.000 menos. Detrás de cada cifra hay una persona, una familia y una ilusión que convierten en una excelente noticia cada nuevo puesto de trabajo por precario, temporal o parcial que sea. Pero queda muchísimo por hacer en el mercado laboral, el principal indicador de la salud de nuestra economía real. Aunque en el mes de julio se ha bajado de los 4,42 millones de parados, cifra con la que comenzó esta legislatura, no es menos cierto que hay 650.000 ocupados menos que en diciembre del 2011, porque muchas personas han dejado nuestro país o simplemente han dejado de buscar empleo. Menos parados, pero también menos trabajo.

Nuestra economía tiene un serio problema con el desempleo. España es uno de los países con un mayor índice de paro, y aunque las previsiones de crecimiento del PIB van mejorando casi cada mes, en todas ellas se prevé que el desempleo siga durante mucho tiempo por encima del 20%. Desde luego, si el paro baja en 30.000 personas al mes, bajar del 10% es una meta lejana.

EL MERCADO laboral español tiene varios problemas estructurales. El primero es el alto porcentaje de economía sumergida. Hay cierto consenso en que el PIB real es entre un 20% y un 25% superior al declarado. No solo las estadísticas son incorrectas, sino que también la carga fiscal es asimétrica, y eso impacta negativamente en el consumo y la creación de riqueza. Si nuestra economía sumergida es mucho mayor que la de nuestro entorno, nuestro paro también lo será.

Pero no todo el paro es ficción, ni mucho menos. Será menos del oficial, pero muchas personas hace tiempo que no encuentran ocupación, muchas de ellas por problemas de formación, tanto en los más jóvenes --especialmente quienes no acabaron la educación obligatoria para ir a la obra-- como en los de más edad, con necesidad de reciclaje. Se ha invertido y también dilapidado muchísimo dinero, pero aún queda mucho recorrido en formación.

Otro de los causantes es la obsesión por el más barato todavía. No solo hay devaluación interna bajando salarios y subiendo impuestos, sino que también aumenta la precariedad. No solo crecen los contratos temporales, sino que cada vez hay más personas que trabajan menos horas de las que desearían. El empobrecimiento de la población, bueno para exportar por precio, frena el consumo y es un círculo vicioso en el que hemos caído.

También la estructura de actividad dificulta el crecimiento sano. Hemos reemplazado la construcción por el turismo, sector frágil donde los haya. Gran parte del nuevo empleo se crea en hoteles, restaurantes y bares, y bienvenido sea, pero se trata de empleo temporal y, sobre todo, frágil. Los turistas vienen cuando la economía de sus países va bien y además somos el mejor destino. Una recaída de la economía global o un resurgir de destinos alternativos desvanecerán esta ilusión de crecimiento.

Hay que alegrarse por los buenos datos del empleo, no hay duda, pero también hay que ocuparse para que sean mejores y, sobre todo, más sólidos. El mundo no anda corto de crisis y no podemos vivir siempre de la bonanza ajena. Sería bueno que ahora que sacamos algo la cabeza del agua tratásemos de pensar, de verdad, en el futuro. Claro que pedir eso en un largo periodo electoral como en el que nos adentramos es casi ciencia ficción.

Consultor