La traición internacional de que fue víctima la república española en 1936, cuando las naciones amigas y aliadas, salvo México, la abandonaron en el trance terrible de la sublevación militar apoyada por Hitler y Mussolini, se repitió ocho años después en Polonia, cuando el pueblo de Varsovia, lo que quedaba de él tras casi cinco años de guerra, terror y deportaciones masivas, se levantó contra el invasor alemán confiado en la ayuda del Ejército Rojo, que ya pisaba los arrabales de la ciudad, y de las tropas angloamericanas, que avanzan desde junio imparables hacia Berlín. Cerca de doscientosmil varsovianos pagaron entonces con su vida el reparto de Europa que las inminentes vencedores de la II Guerra Mundial habían establecido tácitamente: Polonia sería para Stalin, y de ahí que durante los 63 días que duró la heroica insurrección, el Ejército Rojo no movería un dedo para socorrer a los que prefería quebrantados, destruidos y rotos para proceder a liberarlos convenientemente. Inglaterra y Estados Unidos miraron, sin más, para otro lado. Schroder, en representación del pueblo alemán, acudió el domingo a Varsovia para pedir perdón a los polacos por la vesanía de la Alemania de Hitler, que, tras asesinar a 180.000 varsovianos una vez sofocada la insurrección, destruyó con fuego y explosivos, uno por uno todos los edificios y monumentos de la ciudad. Pero ni Putin, ni Blair, ni Bush estuvieron con él. Varsovia, como España en el 36, se quedó sola, pavorosamente sola, y ambas vergüenzas gravitarán para siempre en la conciencia narcotizada de los que trazan el destino del mundo.