Desde hace ya mucho tengo por costumbre leer los periódicos a diario, procuro no detenerme solo en uno sino tratar de ver qué dicen y cómo algunos de ellos, eso -claro- cuando el horario y las obligaciones lo permiten. En los últimos tiempos, aunque no dejo de hacerlo, sé que con toda probabilidad su lectura me va a garantizar más dolor que alegrías. Sí ya saben eso que se dice: las buenas noticias no venden y debe de ser verdad puesto que escasean mucho, casi perdidas en un mar de violencia, daño, dolor y desgracia.

Disculpen el tono no apocalíptico pero tampoco risueño de hoy, el paso del tiempo es un severo antídoto contra la ingenuidad aunque, como muchos otros, sigo intentando que no lo sea ni contra la alegría ni contra la esperanza. Y sí, soy consciente: no solo no es habitual utilizar esos términos sino que sé que resulta demodé y hasta quizás algo cursi pero, a pesar de todo, me arriesgaré porque al final tengo la sensación de que solo existe aquello en lo que se pone gran empeño. Pues bien, lo que hoy quería comentarles es que, al hilo de mis ya viejas y largas consultas de los periódicos, tengo la sensación de que si tuviese que describir a alguien recién llegado a nuestro mundo cómo es nuestra huidiza y asombrosa realidad creo que recurriría a tres figuras que, por supuesto, no lo son todo pero sin las cuales resulta, a mi modo de ver, de todo punto imposible hacerse una cabal idea de lo sucede por aquí.

RECURRIRÍA A TRES pensadores por no fatigar ni aturdir con mi perorata, sabiendo que quedarían fuera de tan escueta selección muchos otros, incluido el que para mí ha resultado más importante de todos: Nietzsche. Dejó también para otra ocasión la referencia a escritores, novelistas sobre todo, cuya contribución al mundo me parece vital y de entre ellos solo hay sitio ahora para uno: Dostoievski, claro. Vuelvo a mi propósito: tengo para mí que a ese hipotético recién llegado al que imagino con interés por comprender qué se cuece por aquí y por qué de tan complicado modo le nombraría a Hobbes, Adam Smith y a Freud. Reconozco y atribuyo a los tres un papel no solo de contenido material sino también simbólico en el reparto de sentido de nuestro presente aunque procedan de los siglos XVII, XVIII y XIX-XX respectivamente.

Al primero, a Hobbes, porque su eco sigue sonando con fuerza pese a todo lo transcurrido, pues su fundamentación de la atribución al Estado del monopolio del uso legítimo de la fuerza para defendernos de nosotros mismos aún está en la base de la configuración filosófica y estratégica del presente.

A Adam Smith porque expuso y teorizó como nadie hasta qué punto el interés económico mueve al hombre, le impulsa y hace capaz de remover cielo y tierra en busca de más y mejores ganancias y riquezas.

Y por último a Freud porque, a pesar de los pesares, de sus críticos y defensores, es a quien aún se mira y en quien aún se piensa cuando se aspira a comprender esa otra faceta de la naturaleza humana que nos conforma, la que reside en el sexo, esa tercera palanca que junto con la del poder del orden y de la economía nos delata como seres complejos pero, sin embargo y en cierta medida, predecibles. Espero que quizás así nuestro imaginario invitado podría empezar, si se atreviese, a conocernos mejor.

*Filosofía del Derecho.

Universidad de Zaragoza