Por obvio que resulte, las elecciones de mañana suponen una invitación en toda regla para pensar en Europa. Algo a lo que, por desgracia, no estamos muy acostumbrados aquí en España. Por de pronto, habrá que esperar ya a los próximos comicios, para ver si los candidatos se deciden de una vez a hablar de las políticas comunitarias y dejar a un lado las manidas tramas locales. Los cinco años que nos separan de esa cita pueden servirnos, entre tanto, para conocer más a fondo un continente con incontables atractivos y al que generaciones no tan lejanas de las nuestras solo pudieron mirar de soslayo o forzadas por circunstancias dramáticas. Ahora y pese a la crisis, Europa, el sueño de mentes preclaras como las de Konrad Adenauer, Jean Monnet o Robert Schuman, se halla más cerca que nunca. Los, desde luego, incómodos vuelos de bajo coste, las menguantes becas Erasmus o el socorrido billete de InterRail permiten fáciles incursiones en cualquier rincón de un territorio habitado por casi 750 millones de personas y en el que, aunque se habla medio centenar de lenguas, resulta posible entenderse. Un espacio que respira historia y arte por todos sus poros, y en el que puede hallarse respuesta a buena parte de lo que somos y de lo que no somos. Un conjunto de pueblos, en fin, que comparte más de lo que le desune y que, sin embargo, sufre amenazas serias, como la de una xenofobia rampante. La ley prohíbe que hoy reclamen nuestro voto. Pero nada impide que soñemos una Europa mejor y más nuestra. Periodista